Disfrutando del fin del mundo
Terremotos, tsunamis, crisis económicas, calendarios mayas y fans de la saga Crepúsculo. No hay dudas al respecto: el apocalipsis ha llegado a Sitges y las ganas de fiesta se han apoderado ya de todos sus asistentes.
Víctor ESQUIROL I
Todo en marcha una vez más en Sitges... y ya van 45, que se dice pronto. Arranca una nueva edición de nuestro Festival de Cine Fantástico favorito, y lo hace con un sabor agridulce. Las malas noticias, las que en definitiva afectan a todo el mundo: una terrible crisis económica que, gestionada de la peor de las maneras, se está cebando con determinados sectores, siendo la cultura uno de los más afectados. El certamen del Garraf no es ajeno a la tormenta, mucho menos a unos recortes presupuestarios que parecen ser la única receta viable según la clase gobernante. En este sentido, este año ha sido peor que el anterior... y todo apunta a que será mejor que el que viene. Para echarse a llorar. Al fin y al cabo, es la reacción que causaría en la mayoría de mortales el fin del mundo.
El apocalipsis, convertido este año en el leitmotiv del festival, lo anunció para estas fechas una cultura que lleva siglos desaparecida, pero a la que, misterios de la humanidad, se decidió otorgarle una credibilidad suprema en dicha materia. Lo que ya es más indiscutible es la lógica aplastante -nunca mejor dicho- de unos mercados que día tras día, nos van chupando la sangre, como si de un vampiro se tratara. La conclusión es obvia: si no es a causa de los mayas, será debido a los intercambios de capital, a las bolsas, a las primas de riesgo, a las especulaciones que ocupan buena parte de la actualidad... o, por qué no decirlo, a los ultra-sonidos emitidos por la legión de groupies de «Crepúsculo» que un año más ha invadido las instalaciones principales del certamen. Una vez asumido esto, es cuando las papilas gustativas se centran en lo dulce. Es cuando llega Sitges. Y es que por mucho que en su cartel promocional vaticine el fin de los tiempos, lo importante aquí es la forma con la que se trata el tema.
¿Qué hay que hacer cuando todo apunta a que se acabó lo que se daba? Si se lleva una cámara encima, grabarlo, por supuesto. Nunca se sabe si se va a sobrevivir al cataclismo de los cataclismos, de modo que a disfrutar. Una vez más nos topamos con Sitges, el festival donde en la cola de la prensa los miembros acreditados fardan tanto de greñas, como de barbas que han ido madurando durante meses -o años-, como de camisetas de heavy metal o referenciales a hitos pop cinematográficos, como del ancho de banda que les ha permitido descargarse ciertas películas que van a proyectarse en el certamen. Sin ningún pudor, que estamos en Sitges. ¿Las sesiones? Enemigas número uno de ese concepto tan menospreciado llamado puntualidad. Sí, un año más, la organización ha cuidado hasta el más mínimo detalle (incluso el factor desidia) para que nos sintamos como en casa.
Los retrasos empezaron a acumularse desde la primera sesión, pero este desajuste de horarios no es excusa para bajar la guardia. Para que quede claro, y para hacernos a la idea: ya solo las películas que compiten por el Premio a la Mejor Película casi igualan en número a los filmes que humanamente se pudieron ver a lo largo de los nueve días del último Zinemaldia. A ello se le suman otras Secciones como Panorama, Nuevas Visiones o la emblemática Midnight X-Treme (entre otras muchas más), y el reto de abarcarlo todo, más que ser una tarea titánica, es una misión imposible.
Otro ejemplo de este delirio hecho festival: para ver todos los títulos de la Sección Oficial a Competición, hay que pasar, tarde o temprano, por algún maratón de medianoche. No es que los programadores sean una panda de sádicos -o quizás sí-, simplemente son las consecuencias de su incapacidad para filtrar, o seleccionar con más rigor entre el alud de celuloide que llama a sus puertas.
Todo entra, todo cabe en el certamen del Garraf, y aunque esto repercuta directamente en el agotamiento de unos asistentes que en la cuarta jornada ya dan síntomas de fatiga extrema, la parte positiva es que aumenta las probabilidades de ver buenos productos, o de al menos, de ver propuestas que nos digan con claridad cómo tiene el pulso actualmente el género fantástico, que al fin y al cabo, por esto se creó este acontecimiento cinéfilo. Entre ellas, de momento son tres las que han causado más furor entre el público, todas ellas ideales para borrar la desilusión de otras apuestas como la del inesperado descalabro de la apertura: la increíble e involuntariamente cómica 'El cuerpo', del debutante Oriol Paulo.
Vértigo en la pantalla
Abre la carpeta de buenas noticias «'Holly Motors», que venía antecedida por la fuerte polémica que causó hará unos meses en Cannes. Ahora en Sitges, la esperadísima reaparición del francés Leos Carax en el terreno del largometraje repitió tanto en los apasionados vítores como en resoplidos de los espectadores más desesperados. No es de extrañar, al fin y al cabo hablamos de una película concebida para la división de opiniones, inmensa en todos sus aspectos (brillante fotografía, excelente uso de los temas musicales, un monstruo de la interpretación llamado Denis Lavant que lleva a otro nivel el concepto tour de force...), pero imposible de recomendar. Como imposible es transmitir desde estas líneas su propuesta argumental: ¿la vida de un hombre que cada vez que sube a su limusina cambia de rol vital, pasando de, por ejemplo, bestia surgida de las cloacas a, también por ejemplo, anciano moribundo? No, mejor referirse a ella como lo que es: la reivindicación y celebración del cine de autor más radical, creativa, arriesgada, estimulante y bella que ha dado el cine en los últimos tiempos.
La segunda es uno de los booms terroríficos más sonados del año. »V/H/S», película por capítulos firmada por algunos de los talentos actualmente más prometedores dentro del género (Ti West, Adam Wingard, el colectivo Radio Silence...), nos presenta a una banda de macarras que disfruta grabando sus fechorías y que recibe un misterioso encargo: adentrarse en una casa para recuperar una cinta de vídeo que contiene imágenes de un horror indescriptible. Con la excusa planteada, y con aquel estupendo planteamiento propuesto en su día por Alejandro Amenábar en «Tesis», planeando en el ambiente, arranca una antología terrorífica que, echando buena mano de sus armas (resucitando el espíritu de la fundamental «El proyecto de la bruja de Balir», vuelve el uso más violento de la cámara al hombro, las imágenes de baja calidad, el sonido distorsionado...), y a pesar de la irregularidad con la que siempre hay que lidiar en estos casos, despierta en el espectador una sensación de pánico primitiva; pura, y que por lo tanto permanece tanto en la retina como en el sistema nervioso.
Por último, el filme «Compliance», el segundo largometraje del director neoyorquino Craig Zobel, confirmó en el Auditori Melià que todos los buenos comentarios que había recolectado desde su presentación en sociedad en Sundance, no eran humo. Ni mucho menos. Ubicándonos en un contexto laboral opresivo (un puesto de comida rápida que tiene problemas para llegar a las expectativas de recaudación), el director y guionista de la maravillosa y destructiva «Great World of Sound» reflexiona con apabullante clarividencia, a partir de una llamada telefónica de un policía que acusa a una de las dependientas del local de haber robado dinero a una clienta, sobre temas tan complejos como el poder de la autoridad, la obediencia -ciega- y la responsabilidad (jurídica, moral...). Todo ello empaquetado en un relato representativo del mejor indie norteamericano contemporáneo, tan preciso en su puesta en escena como contundente a la hora de que su mensaje cale hasta los huesos.