Carlos GIL | Analista cultural
Marca
Contaminados por el lenguaje imperante nos preguntamos por cuál sería la aportación de la cultura a la marca Euskal Herria. En el marco global, las actuales aportaciones son franquiciadas, lo que significa dependencia e identidad difusa a cambio de imagen turística. Cuando los grandes diletantes culturales se aferraron al concepto de cultura para hacer ciudad, pensaron más en un eslogan para atraer visitantes que para que los ciudadanos de esa misma ciudad la disfrutaran y se sintieran integrados. Arquitectura de firma pensada para el espectáculo y no para la funcionalidad, mega-proyectos de inversiones millonarias que dejaron desamparadas las opciones básicas de proximidad y de fermentación de ideas y alternativas nos han llevado a una situación actual en donde la desmembración y la fragmentación hacen imposible una identificación indubitable de una cultura propia. Si por un lado la diglosia coloca al euskera en el extrarradio del sistema de influencia global, si la propia ley de territorios históricos hace que el poder de decisión en asuntos muy importantes en el ámbito cultural recaiga en las diputaciones y por ello se crean mayores desigualdades entre las provincias, la urgencia parece ser el señalamiento de los objetivos posibles, muy definidos y meditados, que se sustenten en decisiones gubernamentales que estructuren y canalicen toda la capacidad latente y que sirvan para el aprovechamiento conjunto de todos los recursos existentes. Hay que irse desprendiendo de las viejas ideas, algunas inservibles, e implementar políticas activas, intentando adivinar cómo será, y cómo queremos que sea, la cultura y Euskal Herria en el mundo.