Corre por la red y se ha hecho eco algún canal ultra de la TDT, las imágenes de un niño venezolano llorando desconsolado, y se nos advierte que ese soponcio le entró al enterarse de que Hugo Chávez había ganado las elecciones. Es un berrinche descomunal, y el chiste malo de los ultras es para consolarse de su llanto por la oportunidad perdida de ver como cambiaba de rumbo Venezuela, aunque se han debido quedar todavía más llorosos al comprobar que el candidato perdedor ha encajado democráticamente su derrota electoral y confirma que no ha existido pucherazo ninguno. Un detalle.

No obstante todo ha quedado empequeñecido por la frase capitular del ministro de los charcos, Wert, aunque si se analiza distendidamente su alocución, quizás se desprende de su inconsciente una cuestión contraria a lo que hemos entendido todos: ese «españolizar a los niños catalanes», ¿no puede ser fruto de no considerarlos precisamente españoles? No se sabe si el señor Wert es uno o trino, pero es el más deslenguado, el que se coloca la frente de todos los desvaríos, aunque uno puede pensar que es precisamente el más obediente con las consignas de su jefe, el del puro. Para llorar de miedo o de risa, porque cada vez que habla sube el IVA o engrosa el número de ciudadanos dubitativos que toman partido al comprender las intenciones de esa camada negra del gobierno ausente en los temas centrales, pero obsesionado con el retorno al blanco y negro.

Manolo Escobar cantó en los tiempos del turismo de aluvión que «españolear es lo que hacen los turistas ...» y ahí añadía cosas de consumo tópico. A esta muchachada parda no les queda otra opción que españolear con los toros, las peinetas, las mantillas y la sangría. Pero la frase del ministro trino, su posterior rectificación en forma de reafirmación, trasluce las intenciones finales de todo un programa oculto, que se vislumbra con el nuevo centralismo que propondrán pasado mañana, la inflación de presencia borbónica como folklore postmoderno y esa misión de españolizar con la cruz y la espada las tierras a reconquistar. El llanto de los niños demócratas empieza en silencio y acabará siendo un clamor.