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Iñaki Egaña | Historiador

El tripartito

Las últimas elecciones al sur de los Pirineos, si no recuerdo mal, tuvieron como objetivo la renovación del congreso español. Aún estaban calientes las municipales y forales, en las que irrumpió sorpresivamente, al menos para quien escribe estas líneas, la coalición Bildu.

En los meses posteriores al nombramiento de alcaldes y concejales, los soberanistas se convirtieron en el centro de la crítica, en el origen de una campaña de acoso sostenido. Al parecer, los de Bildu iban en serio con lo de su programa electoral, algo no muy estilado por otras formaciones. Lograron unanimidad y concierto entre su oposición, los tres grupos que, en la década anterior y gracias a la Ley de Partidos, se habían repartido el escenario institucional: PNV, PSOE y PP (UPN a veces me parece una extensión del PP y otras del PNV, por eso simplifico).

Parecía como si la forma de entender la política estuviera distribuida en dos grandes campos, quizás continentes. El histórico, por eso de las siglas, compartía el fin en si mismo. Decenas de imputados por sobornos y chantajes, comisiones por obras para financiar bolsillos propios y amigos de carné, infraestructuras al estilo de Tutankamón, opacidad... «Spanish and basque political style».

No pudieron evitar las coincidencias. A las primeras de cambio, y probablemente sin buscarlo, volvieron a acoplar sus siglas. Fue un movimiento reflejo. Cuando desde los soberanistas se anunció la bajada de sueldos, los tres citados (PNV, PP y PSOE) hicieron del coro una sola voz. Era intolerable. Donde pudieron unieron sus fuerzas para mantener una nómina más que saludable. La crisis para los menos vivos.

Así llegó, como decía, el día de las votaciones para el congreso español y algún elector con las ideas más avezadas que las de muchos de nosotros acudió a la urna, presto a ejercitar la democracia con su papeleta. Sabía, radicalmente, a quién no debía votar. Pero no había recibido con suficiente claridad el mensaje de la diferencia. Por tanto, con toda la ingenuidad del mundo y creo que sin ningún tipo de malicia, se dirigió al presidente de la mesa, después de haber rebuscado entre las ofertas, y le preguntó: «¿Dónde está la papeleta del tripartito?».

Esta anécdota no es un recurso ni una metáfora para llenar de líneas el artículo, sino un hecho que puedo certificar por la cercanía, dos ojos y dos oídos, y la casualidad, el momento preciso. Lo supongo excepción, pero significativo. Y por eso lo apunto, porque además me da pie para proseguir la narración.

Quizás sea un ejecución localista, pero la percepción de este tripartito en Donostia es tanta como la del incomparable marco al que nos ha avocado la naturaleza. Las obras, en este caso de Ramses II, la gestión achicharrada de la basura, la congelación del destino de los autobuses... un sinfín de coincidencias que tuvieron su máxima expresión en el golpe de mano de los tres citados para «celebrar» el bicentenario de la quema y destrucción de la ciudad. La nueva portavoz del tripartito, la jeltzale Miren Azkarate, ya dejó claro que el objetivo no era el de recuperar la memoria de aquellas también víctimas sino servirse de la tragedia para atraer a más turistas.

El tripartito ha tenido diferencias de matiz en la gestión. No se puede negar. En lo fundamental, sin embargo, concurrencias. Durante décadas. La pugna por ocupar espacios en la administración y en las instituciones ha dejado a la ideología en un segundo plano, a pesar de que detrás de su actividad hay mucho, precisamente, de ideología. En esta ocasión la necesidad ha aireado muchas vergüenzas. Con el objetivo de evitar el cambio. A toda costa.

El principal nexo de unión entre PNV, PP y PSOE ha sido el de la responsabilidad. No es una expresión irónica. Responsabilidad a la hora de hacer valer el Estado allá donde es más débil, en Euskal Herria. Parece mentira que el PP (por eso de que es franquista y defensor de los valores del partido falangista único de entonces) fuera el único a favor de la Transición tal y como la conocimos. Desde la perspectiva, es notorio el aval del tripartito, no solo del PP. El PSOE pidió la abstención a la Reforma que luego defendió, al igual que el PNV a la Constitución que luego amparó.

El tripartito ha preservado al Estado en todas sus expresiones, por muy viscerales que fueran. No dudo que algunos dirigentes antifranquistas llegaran con intenciones renovadoras. En pocas semanas sucumbieron a los efectos de esa España forjada en símbolos inmortales. No me cabe la menor duda, también, de que tuvieron miedo. Miedo a la bestia tanto cuartelera como benemérita, a los banqueros, a los constructores, a la OTAN, a los intermediarios de las multinacionales, a Washington, a Berlín (antes Bonn)... Miedo a perder lo que alcanzaron sin esfuerzo.

Pero, y sobre todo, el tripartito sucumbió al poder, al real, al económico. Lo protegió en las pocilgas y en los salones más lustrosos, en las sedes gubernamentales y en sus ONG de pitiminí. El tripartito ha defendido el estado actual de cosas, la separación clasista a la que ellos se han sumado de buen grado, participando de los saraos que fluyen del dinero. Son parte de la hidra.

Así, coincidieron en el apoyo a la energía nuclear, a las autopistas que borraban el país, al tren correcaminos, al puerto para barcos fantasmas, a todo aquello que supusiera la extensión y localización del capitalismo aquí y ahora. Por eso, el PNV apoyó presupuestos del Estado tanto con gobiernos del PSOE como del PP. Si el apoyo a Aznar fue escandaloso y justificado por el desarrollo completo del Estatuto de Autonomía, no fue menos obsceno el que ofreció a UPN a cambio de alcanzar la alcaldía de Bilbo. Ejemplos a patadas.

El capitalismo que protege el tripartito es, precisamente, el que está ofreciendo en estos años su cara más feroz. Una imagen despiadada, enlazada por diversas reformas laborales, a las que unos y otros han ofrecido su apoyo, como domésticos de los especuladores. Lo dijo hace unos días el exconsejero de Interior, Juan María Atutxa: «somos gestores de primera división». Gestores, ¿de quién?

El paradigma de semejante alianza natural en las semanas previas a unas nuevas elecciones, esta vez en la Comunidad Autónoma Vasca, es Kutxabank. Con la excepción reciente de Vital, las otras dos cajas originales (BBK y Kutxa) han sido batzokis de dimensión continuada y extraordinaria. Hoy, por razones de peso electoral, la mayoría del tripartito estaba en cuestión, al menos en uno de los territorios vascos, Gipuzkoa.

Hubo movimientos de calado, cambio de una ley en un Parlamento agónico, sin representatividad, y finalmente un acuerdo del PNV y del PP para dirigir Kutxabank, el banco vasco-andaluz. El PSOE se resignó. Con un objetivo definido: no permitir siquiera un espacio a la trasparencia, a la democracia. No servir a los intereses de la mayoría, sino de empresarios afines, llámense Altuna, Amenabar... o sigan por orden alfabético en una lista interminable.

Gobierno de Gasteiz (PSOE-PP) y Kutxabank (PNV-PP) han liquidado en unas semanas lo que parecía ser la joya de la corona, Euskaltel. Lo han hecho primero los ahora interinos con la fibra óptica y luego los nuevos banqueros. Lo han cedido a cuatro tiburones financieros provenientes de Lehman Brothers, la mayor quiebra en la historia de la humanidad. Lo han vendido por la quinta parte de lo que solicitaban hace medio año. Evitando la llegada del cambio.

No hay matices cuando se trata de defender lo público como negocio, como trampolín para la expansión privada. No hay más escalas que las gradaciones que marca el color del dinero. La quiebra de muchos de los municipios vascos en la época del apartheid es una muestra más de lo que primaba. Una única y compartida forma de hacer política, por encima de ideologías.

El tripartito puede estar fuera de las instituciones, pero gobierna y si no lo hace buscará otros recodos. A través de sus testaferros. El cambio, en consecuencia, debe ser profundo, barrer muchos años de tendencias. Cambio integral. No vale una reforma parcial. Sé que nos dirán que, a estas alturas, algo tiene que cambiar. Para que todo siga igual. Y si hace falta, unificarán las tres papeletas en una. Y harán feliz a aquel votante despistado y, por supuesto, a banqueros, especuladores y forjadores profesionales de opinión.

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