Edorta Jimenez Escritor
Laura
Con Laura y su equipo siento que nos ha tocado. Nos ha tocado llevar el compromiso contraído con la lengua, la literatura, la cultura y las luchas sociales hasta el final. Que en este caso es asumir que tenemos que tomar el futuro en nuestras manos
Conocí a Laura a mediados de la década de los 80, en aquel Bilbo efervescente en el que parecía que todo era posible. Había escrito una novela, «Bai... baina ez», que le valió el premio Azkue. Le pregunté cuántos muertos había en la misma. Me dijo que ninguno. Yo por entonces no concebía una narración en la que no hubiera muertos. Polemizamos entre nosotros. Luego leí la novela y me pareció que ella tenía razón. La de Laura era un voz novedosa, en un momento en el que la presencia de mujeres activas en la literatura vasca era muy reducida.
También recuerdo que tras la publicación de la novela, con la editorial Susa, fue invitada a diferentes actos y charlas por el movimiento feminista, hablando en un sentido amplio. Su conciencia de género, como se dice ahora, tomó un impulso tal que a día de hoy Laura sigue hablando desde esa conciencia absoluta de género. Yo, cuando le oigo hablar de igualdad, le creo. Pues no polemizamos poco sobre el tema.
En aquellos años 80 también coincidimos en la revista semanal «Argia», en el suplemento semanal de «Egin» dedicado a la literatura y en las cenas-tertulias que solíamos tener los jueves en Txomin Barullo. Más ideas, más puntos de vista, más polémicas. Y buen humor.
Al hilo del humor, me viene a la memoria un escritor de fama que ya por entonces le había dedicado algún poema, en mi opinión hiriente. Una noche vimos al poeta. Él le dijo algo. Ella rió. Yo me mosqueé. ¿Como le dejas? No merece la pena, me contestó. Tenía razón, una vez más. Se la ha dado el tiempo. Ella sigue sonriendo.
Que la sonrisa de Laura no haya desaparecido es casi un misterio para mí. Y digo casi porque al final va a resultar que es más sencillo que eso. A Laura la vida le ha enseñado que todo puede pasar. Y es que después de aquellos locos 80, le han ocurrido cosas que a otra u otro cualquiera le habrían helado la sonrisa. Me estremeció el relato que me hizo un día que volvíamos de Lekeitio. Ella conducía y hablaba de su hijo. Yo escuchaba y sentía un dolor inmenso. Cuando la candidata por EH Bildu habla de solución del conflicto, de diálogo, de escuchar a las partes y de todo eso que hasta puede parecer una letanía, habla desde el dolor vivido en su propias carnes. Es verdad.
Cuando supe que Laura había sido designada candidata a lehendakari por EH Bildu, esperé varios días para escribirle. Sabía que estaría recibiendo miles de mensajes. ¿Culto a la personalidad?
Si en algo no vamos a polemizar Laura y yo va a ser en el lo del culto a la personalidad. En este sistema no queda otra que poner una cara única a cada opción política, y eso también lo tiene que llevar. Sé que no está de acuerdo. Yo tampoco. Los dos sabemos que su cara representa a un colectivo de personas dispuestas a asumir las tareas que haga falta. Conozco a algunas de esas personas, entre ellas varias mujeres. Que están en la política no para cubrir las cuotas obligatorias de representación de género, sino porque la realidad de lo que se ha llamado el Bloque Histórico Soberanista de Izquierdas es la que es y las mujeres están ahí por que se lo han trabajado duro, no por que las hayan puesto los hombres.
Al hilo de esto último, debo confesar que cada vez que veo a Laura, me acuerdo de Teresa Toda, periodista de «Egin» encarcelada por el simple hecho de haber sido eso, periodista de «Egin». Luego me acuerdo siempre de Salutregi, el director, que espero que no haya perdido la sonrisa. Le pregunto por ella, por él, por el trabajo que el PEN Internacional hace por su liberación. Y es que una de aquellas ideas de los 80 sobre la que también discutí con Laura era la de la creación del PEN Club Vasco. Una realidad a día de hoy, gracias al esfuerzo de personas como ella. Podría parecer demagógico que yo dijera ahora que la escritora Laura Mintegi, ahora candidata a lehendakari, goza de un prestigio enorme en el PEN Club Internacional. Es lo que he palpado y así lo digo. Y estoy seguro de que de la misma manera que Laura no cejó hasta hacer realidad nuestro PEN Club, tampoco cejará hasta que se cree la Comisión de la Verdad, aquí, entre nosotros. Urge hacerlo. Como urge que se vacíen las cárceles y se llenen las calles. Que vuelvan. Todos. Todas.
Un amigo, abertzale y de izquierdas a carta cabal, me dice que esta vez no, que todavía no se lo cree. Una amiga del corazón me dice que esta vez sí, pero que es la última si no cambian las maneras de hacer política. Escucho las razones que me dan y a los dos les digo que ahora es el momento. Por que si de algo Laura está convencida es de que se puede hacer política de otra manera. Me lo decía ya hace tiempo, al hilo de otra de sus novelas. Me lo confirmó cuando se negó a firmar el manifiesto «Utikan Euskadi Sariak!». Esas cosas no se hacen así, demasiado masculino, me dijo. No le entendí muy bien, pero ahí quedó. Ahora le oigo y sé que cree en lo que dice. Y que va a tratar de hacerlo realidad.
Con Laura y su equipo siento que nos ha tocado. A los de los 80. Nos ha tocado llevar el compromiso contraído con la lengua, la literatura, la cultura y las luchas sociales hasta el final. Que en este caso es asumir que tenemos que tomar el futuro en nuestras manos. En las de todos. En el BEC, con una chaqueta roja y una sonrisa plena, Laura nos saludó a todos con un Gora Euskal Herria alaia! que hago mío. Por lo demás, seguiremos polemizando. Eskerrik asko, Laura.