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Garazi Aguirre Maqueda | Profesora, Gasteiz

La señora del Inem

Allí estaba ella, la señora del Inem, con esa cara malhumorada. Ya desde antes de sentarme me ha tratado como si fuera una cucaracha aplastada o algo parecido

Había mucha gente en el Inem esta mañana. Había tanta gente que aunque los números se movían rápido, allí no parecía salir nadie. Solo entrar. Entraban familias enteras y tenían incluso un campo de juegos improvisado en la moqueta de la entrada. Es curioso, porque antes, cuando podía ir al cine varias veces al mes, las colas del cine se alargaban así como estas. Cuando era adolescente, ir a los Guridi en fin de sema- na suponía a veces dar la vuelta a la calle. Si quedabas con una amiga para ver una película y llegabas antes te adelantabas para comprar las dos entradas. Ahora, para pagar las dos entradas igual tienes que pedir antes una hipoteca. Ahora los cines están vacíos, cuando no cerrados... y las colas del INEM son lo más perecido que tenemos, solo que la «peli» que vamos a ver da cada vez más miedo.

Así que ahí estábamos todos. Cada uno éramos de una raza, un color y una edad diferentes. Sin embargo, todos teníamos algo en común y no era para alegrarse demasiado. La gente esperaba en silencio, los bebés se miraban entre ellos y jugueteaban. Las personas entraban a mirar ofertas de trabajo y salían con la misma cara con la que habían entrado. Los carritos se agolpaban como si aquello fuera una guardería. Las sillas de ruedas intentaban hacerse un hueco y los jóvenes hablábamos por el whatsapp. La hora aproximada de la cita previa para pedir información ha sido más aproximada a media hora más tarde. La verdad es que no sabía muy bien lo que había ido a pedir la vez anterior que aparecí por allí. No sabía si había ido a pedir el paro que no me correspondía, un subsidio que prefería no cobrar para no perder lo cotizado, si me había apuntado a una bolsa de trabajo de la que jamás me llaman o simplemente había ido allí a hacer un estudio sociológico del desempleo y sus consecuencias demográficas en mi ciudad.

Por fin, cuando aquello parecía no tener un mañana, me ha tocado el turno y me he acercado a la mesa que me correspondía. Allí estaba ella, la señora del Inem, con esa cara malhumorada. Ya desde antes de sentarme me ha tratado como si fuera una cucaracha aplastada o algo parecido. Le he dicho que venía a resolver unas dudas y le he enseñado el papel que me dieron la vez anterior. Antes de que su mirada llegase a centrarse en mi papel, me lo ha apartado con la mano y me ha dicho: «Esto no me concierne, ¿algo más en lo que pueda ayudarte...?». Yo, claro, no entendía ni castañas y para su desgracia soy de esas a las que la abuela les decía: «Tú, hija, pregunta todo lo que necesites, no te quedes nunca con la duda». Así que, después de arduos esfuerzos, he conseguido que me explicase cuatro cosas, no sin antes oír que eso compete a Lanbide, no a ella, que es funcionaria del Estado español (de lo cual parecía muy orgullosa).

Me ha recordado mucho a mi médica de cabecera mágica. Digo esto porque cambia de rostro e incluso de edad y de género cada vez que voy. Me echa la bronca por cosas extrañas; por ejemplo, por pedir una cita urgente (dos días más tarde del día que llamas) padeciendo la gripe, trabajando en Educación y en plena epidemia de gripe aviar... Qué buenos tiempos aquellos en los que uno pedía cita a las 8 de la mañana y a las 9 ya estaba allí. Ahora más que para el diagnóstico pides cita para la autopsia.

Bueno, a lo que íbamos, que la señora del Inem empezaba a parecerse mucho a mi médica mágica, pero yo ya no me doy por vencida como antes y pregunto hasta saber. Porque estoy un poco harta de todo esto. Cuando era pequeña, tenía una médica muy maja, que me daba palos de madera, y siempre era la misma con la misma afable enfermera. Me parece básico que tu médico te conozca, ya que muchos de los males que sufrimos tienen que ver con malas situaciones vivenciales, estrés o simple tristeza... eso decía al menos un tal Freud. Ahora bien, si eres menor de 50 años, ya estás pidiendo perdón por ponerte enfermo.

Y lo mismo con el paro. Yo no sé cómo era antes esto del paro, pero casi he tenido que rogar por unas migajas de información, y realmente no debería ser así.

Tres cosas tenemos los seres humanos que queremos cuidar: la salud, la familia y los ahorros. Bien, yo soy profesora y a esos médicos «mágicos» y a esas señoras amargadas del Inem me gustaría decirles que por un momento piensen que ellos cuidan de mi dinero y de mi salud como yo lo hago de sus hijos. Y que se pongan en la piel del que tienen enfrente como lo hacemos los profesores sin que nadie nos lo pida, que tenemos que ser psicólogos con los hijos y los padres, adaptarnos a cada alumno como individuo y hacernos cargo de sus circunstancias familiares. ¿Por qué los médicos no? ¿Por qué la señora del Inem no?

El horario de los profesores es bastante flexible y nunca uno acaba de preparar las clases y hacer la memoria del día y de buscar materiales y de reunirse con sus compañeros y los padres de los alumnos y de hacer cursillos a la hora menos cinco con un café en la mano.

Tampoco somos señoras de la limpieza, pero hacemos un gran uso de la fregona, de la escoba y del serrín y no se nos caen los anillos por ello.

No somos médicos, pero somos aun así los responsables de diagnosticar si un niño está lo suficientemente bien para seguir la clase o mandarlo a casa. Sabemos si un niño tiene fiebre solo con mirarlo a los ojos, que una cara blanca verduzca con cuatro bostezos seguidos significa que al quinto va a vomitar, cuáles son las galletas de los celíacos, qué tipo de alergias hay... Curamos golpes y porrazos a base de un milagroso «sana sana culito de rana». Sabemos detectar los virus que cambian como las modas cada año y estamos a la última en cualquier tipo de enfermedad infantil.

Me gustaría, sinceramente, señoras que se creen que nos están haciendo un favor, que se bajen de la parra y empiecen a tratarnos como seres humanos, porque aquí estamos todos igual de «pringados», y más nos vale cuidar unos de otros. Y que nos traten como les gustaría ser tratadas cuando van a preguntar preocupadas por aquellas cosas que realmente les importan, porque tienen, tenemos, el derecho y el deber de hacerlo.

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