Gontzal Mendibil Cantante
La naturaleza humana
La macroeconomía engulle la microeconomía. Y en este diario discurso de la macroeconomía, el pobre y el necesitado interesan como número objeto, no como sujeto
Está claro que la crisis sistémica de valores es el desencadenante de la crisis económica actual. Crisis social: vidas frustradas, desilusiones calladas y corruptela instalada en las entrañas de la sociedad. Y la crisis actúa en la psicología del género humano y en la sociología del sistema, siendo una desgracia para quien sufre y poco tiene y una excusa para nada aportar quien más tiene.
Y como un ejemplo es mejor que toda teoría, os cuento dos maneras de actuar del género humano, de una realidad vivida en un pueblo donde sus habitantes sufrían una enorme depresión debido a los lindes de sus terrenos, y no estaban dispuestos a ceder nada «de lo suyo». Por ley de Derecho foral, tomada en un tiempo como «ley natural», hoy en desuso, a un baserritarra le tocó la gloria terrenal. No satisfecho con ello, cada día en su avaricia movía el mojón para obtener más de lo que le correspondía.
La usura no entiende la necesidad y la fragilidad del otro. Y en su hacer, prefería no llegar a ningún acuerdo para no favorecer a su vecino, amigo o familiar, hoy reconvertido en enemigo contrincante. Tampoco se pudo hacer la pista que se iba a construir, puesto que aunque a él le beneficiaba, también lo hacía a su vecino. Así pues, la razón de uno jamás atendió a la razón del otro. La cooperación, la solidaridad y la generosidad, en la mente de quien así actúa, impúdico y amoral, son palabras que ni siente ni padece.
En este hecho, no muy lejano en el tiempo, sea rural o urbano, no hay nada nuevo bajo el sol. Al igual que la perversidad de los mercados financieros no tiene un ápice de improvisación. El proceder de la macroeconomía y de las grandes finanzas que solo piensan en su propio beneficio ahogando cada vez más y más al ciudadano de a pie, en el fondo, es lo mismo.
Esta es la perversión a la que ha llegado el género humano, la depravación que se ha instaurado en este sistema, origen de la verdadera crisis. La macroeconomía engulle la microeconomía. Y en este diario discurso de la macroeconomía, el pobre y el necesitado interesan como número objeto, no como sujeto.
Aunque la base está en creer en las personas, es una ley básica que la naturaleza humana es egoísta y que gracias a la educación puede mejorar, pero nuestro carácter es inalterable. Somos frágiles. Tomemos el ejemplo del niño que todo lo quiere para él en su instinto natural egoísta.
Es muy ilustrativa la fábula de «La rana y el escorpión».
En contraposición a esta actuación «humana» está la terminología de los oillolurrek (tierras comunales), todos se favorecían de estas tierras y todo cuanto allí se producía era en beneficio de todos. Relaciones recíprocas de costumbres cotidianas. Y existía el término de auzolana (trabajo vecinal), donde en tiempos de necesidad si algún vecino quedaba en desgracia, acudían en su ayuda. Un ejemplo de cómo habríamos de funcionar para salir de esta crisis de valores que pone de manifiesto la perversión del género humano y la corrupción de su naturaleza.
Echar la vista atrás, mirar al pasado y aprender de las enseñanzas de ayer será fundamental para desde esa reflexión tomar impulso. Los hechos son eternos y el tiempo vuelve. Los griegos se olvidaron de su gran pasado y de las enseñanzas de sus grandes maestros, y están pagando las consecuencias.
Apuntaba nuestro ilustre Oteiza: «Quien avanza creando algo nuevo lo hace como un remero, avanzando hacia adelante, pero remando de espaldas, mirando atrás, hacia el pasado, hacia lo existente para poder reinventar sus claves».
Pero nosotros cometimos el error del exceso de confianza en los nuevos yuppies, «banqueros y gerentes-chicos listos, masters del universo». Y si en ellos hemos confiado, unos por acción y otros por omisión, y lo hemos permitido, ahora sin ellos y con nuestro esfuerzo y tesón toca arreglarlo.
El hecho es que hemos entrado en la fase alarmante del «sálvese quien pueda». La preocupación es evidente, la desmoti- vación es real y la cooperación y solidaridad, inexistentes. Buen razonamiento el del Sr. Juan Luis Ibarra, presidente del tribunal Superior de Justicia del País Vasco, cuando afirma que «si se rescatan los bancos, con más razón a familias que pierden su piso». Aunque la evidencia de los hechos dista mucho de este dictamen, y los indignos aprovechan nuestro silencio y la permisibilidad de la ley.
En estas circunstancias, imprimir dosis de confianza y motivación no es fácil, aunque esperemos que no se eternicen el pesi- mismo y la angustia que nos invaden. André Malraux, en las páginas de su libro «La condición humana», apunta: «¿durará mucho tiempo...? No lo sé, pero en estos momentos la confianza ha de ser mayor cuando menos razón de ser tiene».