Borges y Bioy Casares: la amistad de dos gentleman's porteños
Pocas amistades literarias han inspirado tantos análisis, estudios y cotilleos como la que compartieron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. El pasado 14 de este mes, la viuda de Borges, María Kodama, sorprendió a los círculos intelectuales argentinos cuando tildó a Bioy de ser «el Salieri de Borges». Hace varios días, los autores integrados en la Sociedad Argentina de Escritores, cerró filas en torno a esta singular y compleja relación compartida por Borges y Bioy.
Koldo LANDALUZE
En un intento por enfriar los ánimos encendidos por la implacable acusación formulada por María Kodama contra Adolfo Bioy Casares, los autores integrados en la Sociedad Argentina de Escritores (SAE) han cerrado filas en torno a aquella mitológica amistad creativa y personal que compartió el binomio Borges-Bioy: «Cerrar filas con los amigos que no pueden aclarar por sí mismos lo que ellos han vivido durante 56 años, simplemente porque han muerto hace tiempo».
Ése podría ser el resumen de la actitud adoptada por buena parte de los escritores argentinos frente a las revelaciones de María Kodama sobre lo que ella dice ahora que le decía su marido, Jorge Luis Borges (1899-1996), de su colega Adolfo Bioy Casares (1914-1999). El pasado 14 de este mes, Kodama sorprendió a propios y extraños con unas encendidas declaraciones en las que acusó a Bioy de ser «el Salieri de Borges, que lo consideraba un cobarde». Y añadir que era «un desecho humano» por revelar en una autobiografía la identidad de sus amantes.
Antes de unificar una respuesta colectiva , los autores integrados en la SAE llevaron a cabo un profundo debate sobre si correspondía darle una respuesta a la viuda del escritor, a la que no consideran parte del mundo de las letras. La controversia giraba, además, en torno a si se debían precisar algunas de sus imprecisiones sobre el vínculo de Borges y Bioy Casares, y sobre la utilización de la figura de Salieri. Porque una cosa es la historia de Antonio Salieri y su relación con Mozart, a quien admiraba y envidiaba por quedar eclipsado por sus brillantes dotes musicales, y otra cuestión distinta es la obra del poeta ruso Alexandr Pushkin, que se permite sugerir su papel de envenenador inmortalizado en la célebre película «Amadeus» de Milos Forman.
En un intento por hacer que las aguas retornen a su cauce, un grupo de autores integrados en la SAE optaron en primer lugar por colocar al atacado Bioy en el lugar que el correspondía «Tildarlo de `desecho humano' y de `cobarde' es un agravio gratuito e inmerecido a quien transitó con éxito su larga vida literaria, gran parte de ella junto a su amigo Jorge Luis Borges». En su mensaje, califican la actitud de Kodama hacia Bioy Casares como «un ataque mezquino de quien carece de toda calidad».
El poeta, narrador y ensayista Roberto Alifano fue secretario de Borges entre 1974 y 1985 y junto a él tradujo fábulas de Robert Louis Stevenson, poesías de Hermann Hesse y relatos de Lewis Carroll. Por su fuerte vínculo con el propio Borges, recordó algunas conversaciones mantenidas con el autor de «El Aleph»: «Los grandes interlocutores de Borges fueron Bioy y Silvina Ocampo. Con Bioy tuvieron 56 años de amistad y buena parte de la obra de Borges está hecha por los dos. Incluso lo llamó dos días antes de su muerte, desde Ginebra, para despedirse».
Borges y Bioy se conocieron a principios de los años treinta, cuando Borges era un joven escritor que comenzaba a despuntar y Bioy un adolescente con sorprendente formación y ambiciosas aspiraciones literarias. Su empatía artística y humana fue inmediata y pronto iniciaron una amistad y una colaboración que incluyó desde la escritura compartida de los textos de H. Bustos Domecq, su pseudónimo conjunto más socorrido, hasta folletos de publicidad, pasando por la fundación de revistas, como «Destiempo», la elaboración de antologías de poesía argentina o de literatura fantástica y policial, y la escritura de dos guiones cinematográficos.
El diario de Bioy Casares -«Borges», en donde relata su relación casi cotidiana con su amigo y cómplice- comienza en 1947, cuando Bioy acababa de prologar «La vida de Samuel Johnson», de James Boswell. A lo largo de este fascinante diario descubrimos que Bioy nunca fue un simple narrador de la vida de un escritor eminente, sino un interlocutor activo, un memorialista selecto que recobra a su Borges, se recobra a sí mismo y reconstruye más de medio siglo de literatura latinoamericana, particularmente de las peripecias del ambiente intelectual porteño. Se trata de dos personalidades contrastantes y dos periplos vitales muy distintos que confluyen en una vocación y un destino literario. En este diario se adivina la armonía y el conflicto y se revelan los ambiguos roles que ocupa Borges en la vida de Bioy: mentor y competidor, confidente y difidente, figura admirada y, acaso, complejo totem literario que tiende a eclipsar su propia obra. Lo más interesante de esta amistad, que a ratos se tornaba en compleja y convulsa, radica en el propio resultado de la misma y en su íntimo desarrollo, porque ambos compartieron afinidades como el goce literario, la complicidad intelectual y el muchas veces mal interpretado sentido de humor que compartieron.
El libro aludido por Kodama en su ataque («Borges», editorial Destino, 2006) puede leerse como un laboratorio de ideas, como una radiografía de la génesis de las grandes obras de ambos autores y como un registro histórico parcial de la historia literaria y de política, pero, sin necesidad de buscar pretextos intelectuales. Curiosamente, este libro también ha sido tildado por muchos como «uno de los volúmenes de chismes y chistes más divertidos y despiadados que se ha visto y enseña una verdadera maestría en el arte de mofarse de los demás». Así, es posible ver las entrañas de una amistad literaria en la que se pasa de la discusión de altura al devoramiento de carroña, de la erudición al chismorreo. Porque, ese singular matrimonio intelectual bien avenido, consciente de su grandeza y sobre todo muy soberbio, no escatimó esfuerzos a la hora de hacer los juicios más tajantes sobre razas, literaturas y naciones e incurrir en la más gratuita hipocresía.
En ese tipo de relación-conversaciones «eminentemente british» que mantuvieron Borges y Bioy -sería fácil imaginar a estos dos gentleman's cotillas de la Pampa conversando en la biblioteca del «Titanic» mientras este se hundía- hubo ataques frontales y en ocasiones muy desmesurados y espoleados por la ironía, contra los homosexuales, el comunismo o contra lo que ellos consideraban mediocridad intelectual. Pero, sobre todo, contra el escritor Ernesto Sábato. De Sábato hablan a lo largo del libro. Casi tanto como de Neruda. Flemáticos y conservadores, no le perdonaron nunca al autor de «El túnel» su comunismo y su permanente presencia en los medios. «Al enérgico mal gusto, la frenética egolatría y su aplicada autopromoción -decían de él-, hay que agregar el entusiasmo con que acoge los modestos productos de su mente activa y mediocre». Sábato, por su parte, consideraba a Borges un buen hombre que oscilaba entre la cobardía y el diletantismo. Así lo define en un fragmento de «El escritor y sus fantasmas»: «El arte, como el sueño, es casi siempre un acto antagónico de la vida diurna. Este mundo cruel que nos rodea lo fascina a Borges, al mismo tiempo que lo atemoriza. Y se aleja hacia su torre de marfil en virtud de la misma potencia que lo fascina. El mundo platónico es su hermoso refugio; es invulnerable, y él se siente desamparado; es limpio, y él detesta la sucia realidad; es ajeno a los sentimientos, y él rehuye la efusión sentimental; es eterno, y a él lo aflige la fugacidad del tiempo. Por temor, por repugnancia, por pudicia y por melancolía, se hace platónico».
En otra secuencia del libro, Bioy recrea este pasaje vivido por Borges que podría describirlo a la perfección. Una noche, la Policía detiene el vehículo donde viajan él, Bioy y Silvina Ocampo. Los obligan a descender y les piden sus documentos de identidad. Es parte del operativo de seguridad desplegado por la celebración de una manifestación peronista. Borges refunfuña: «Vivimos en una época horrible. El arte abstracto, los medios audiovisuales, el comunismo, el peronismo, la psicología del nonato y del nato: yo no sé cómo aguantamos». Luego la toma contra él mismo: «Estudio inglés antiguo, me gustan los films norteamericanos, escribo versos medidos y rimados, me inscribí en el partido conservador: estoy perdido, soy un viejo de mierda».
El lunes 19 de setiembre de 1983 Bioy anotó en su diario: «Es triste, si vemos la vida como un cuento, que una amistad como la nuestra se quiebre en los últimos tramos». Bioy había descubierto en su amigo una «nueva actitud» hostil hacia él, quizás incitada por María Kodama. La nota corresponde a una entrada de la página 1.579 de su diario sobre Borges. Los cientos de entradas anteriores, que corresponden a iguales días desde 1947, tienen un tono diferente. Mientras ésa representa el fin de lo que llegó a ser una vida compartida, las anteriores muestran a dos amigos -casi exclusivos y excluyentes- que comieron, conversaron, leyeron y escribieron juntos durante casi todos los días de su vida (salvo cuando viajaban). La «nueva actitud» no quebró su amistad ese lunes de setiembre. El cuento de su amistad no terminó sino hasta la muerte en Ginebra -desolada, según imaginó Bioy- de Borges, el sábado 14 de junio de 1986.