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Carlos GIL | Analista cultural

Decir no

 

Tiene que ser un placer inconmensurable poder decir no a todo un premio ministerial. Lo acaba de hacer Javier Marías, por el de narrativa, y se dedicó a explicar su decisión de unas maneras que crearon más dudas. Antes lo habían hecho otros premiados. Recuerdo que Els Joglars lo rechazó hace una treintena de años. Muchos tendrían ganas de hacerlo, pero lleva recompensa económica y, en esos casos, el contable se impone. Decir no es significarse, situarse ante un aparato de propaganda, un poder que puede sentirse ofendido y sufrir represalias. Aunque un no bien utilizado puede ser, incluso más rentable económicamente, que un sí pastueño.

¿Debe el Estado, en cualquiera de sus disfraces premiar una labor creativa de manera graciosa? La duda es sistémica. Y en estos momentos es oportuna, especialmente porque está renunciando a sus deberes constitucionales, recortando en educación y cultura, por lo que se están recortando las posibilidades objetivas de la creación, la producción, la exhibición, hasta llegar a una parada total, mientras se sigue dando premios dotados con unas cantidades importantes. Es una contradicción de difícil solución.

Decir no es una de las opciones. En el mundo cultural parece que el no está prohibido o es de uso poco frecuente. Todos dicen sí porque la necesidad aprieta. La penuria abunda en la falta de respuesta crítica. Decir no es colocarse en listas negras, en el ostracismo. Aunque decir siempre sí es ser en muchas ocasiones un colaboracionista, un pringado, un tonto útil. Decir no a 30.000 euros hasta puede considerarse una chulería. Pero debe dar mucha satisfacción personal, profunda. Un bofetón al sistema corrupto. ¡Quién pudiera!

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