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CRíTICA: «Ruby Sparks»

El mito de Pigmalión, visto y desmontado por la mujer

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Mikel INSAUSTI

No veía una ficción romántica tan original y rompedora desde que Michel Gondry casi hizo pararse el mundo con «¡Olvídate de mí!». Con «Ruby Sparks» también se vuelve a detener, al menos lo que dura la contemplación de la película. Y ese transcurso de tiempo ha sido suficiente para que me haya influído en mi vida personal, abriéndome los ojos respecto al nivel manipulador al que podemos llegar los hombres en nuestras relaciones de pareja, por lo que salí del cine bastante avergonzado de pertenecer a una cultura tan machista y con el firme propósito de la enmienda.

Se han escrito muchos libros y películas sobre el mito de Pigmalión, pero nadie ha sabido darle la vuelta como Zoe Kazan, hasta conseguir desmontarlo por completo. Y para ello se basa en su experiencia personal, puesto que forma pareja en la vida real con el actor Paul Dano, consiguiendo una compenetración en la pantalla imposible de alcanzar entre dos perfectos desconocidos. La nietísima de Elia Kazan inventa una reveladora fábula sobre la creación literaria, que desentraña la teórica superioridad del autor masculino, que se siente un Dios cuando crea a los personajes femeninos de su obra, moldeándolos a capricho. La mujer resultante es una modelo sin voluntad propia que acepta las íordenes de su creador, y no solo a la hora de elegir vestuario.

En «Ruby Sparks», el joven novelista controla las acciones y pensamientos de la protagonista de su nueva historia mediante el teclado de una máquina de escribir tradicional, lo que pone en bandeja al matrimonio Dayton-Faris el ritmo constante de su realización, justo a golpe de tecla. El sonido característico de los tipos chocando contra la hoja de papel ayuda la espectador a contagiarse de una forma de acción tan reconocible, introduciéndole de lleno en el proceso de escritura, con la consiguiente materialización simbólica de lo redactado. Hay toda una catarsis, a consecuencia de la cual él se ve reflejado como el artista dominante que es, y esa imagen autoritaria le gusta tan poco que decide cambiar el final.

 

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