ANÁLISIS | ARQUITECTURA Y MEMORIA
El monumento funerario de Oiartzun, ese desconocido
Pocos de nosotros conozcamos el monumento a los muertos por la libertad de Euskal Herria concebido por Luis Peña Ganchegui e inaugurado hace hoy 35 años en el cementerio de Oiartzun. El autor fija su mirada en este espacio cultural para hablar de la memoria.
Iñaki URIARTE Arquitecto
Hoy hace 35 años, el 1 de noviembre de 1977, festividad dedicada a Todos los Santos se inauguró en el muro este del cementerio de Oiartzun, emplazada en un entorno rural, una intervención artística de enorme significado humanístico y simbólico por su motivación conmemorativa a la vez que de emocionante presencia paisajística: el monumento a los fallecidos por la libertad e independencia de Euskal Herria.
Es obra del gran arquitecto Luis Peña Ganchegui (Oñati 1926-Donostia 2009) autor, entre otras muchas creaciones, de espacios públicos de notabilísima calidad y sentido social como la Plaza Trinidad (1961) y el Peine del Viento (1975) en Donostia, Foruen Plaza (1979) en Gazteiz y Santiago Plaza (1999) de Pasai Donibane. En este proyecto, el concepto de espacio es más etéreo, histórico, conceptual. Este mérito cultural estuvo precedido por la valiente decisión -considerando la situación todavía represiva de aquel tiempo- del Ayuntamiento de Oiartzun siendo alcalde Ignacio Aristizabal Uriarte.
Se trata de un monumento arquitectónico-escultórico expresado con la configuración de un frontón, concebido como una excepción sobresaliente del muro perimetral rodeado de cipreses, y enfrentado al interior del camposanto según su eje proveniente de la capilla. De una sola pared, idéntica forma y parecidas dimensiones, con la parte superior rematada por un tramo curvilíneo tan característico de Iparralde, es, por emplazamiento y orientación, una anticipación geográfica de los múltiples frontones que unos pocos kilómetros más adelante se dispersan por centenares de pueblos de Lapurdi, Nafaroa Beherea y Zuberoa.
Una notable apertura en la parte central del frontis, que suele ser de sillería y en que la habitualmente golpea la pelota, es la intencionada referencia compositiva fundamental, un vacío pleno de variados significados. Atravesando el hueco se mantiene la chapa metálica horizontal que regula el juego y que, a modo de reflejo, prosigue paralela por el suelo abrazando la losa de la tumba representativa. En un lado de esta piedra sepulcral, donde la pelota golpea en falta, estas palabras del escritor y lingüista Manuel de Lekuona (1894-1987): «Erriari zioten gorrotoz il zinduzten»(En el odio al pueblo os mataron) y, en el otro lado, «Erriaren gogoan bizi zerate» (En el recuerdo del pueblo estáis vivos).
De la parte superior del hueco frontal, perpendicularmente, está sujeta una barra a modo de mástil horizontal del que cuelga una ikurriña que girando asoma a los dos lados -el exterior civil, el interior religioso- y que toma la habitual posición de homenaje cerca del suelo. Alude a un traspaso entre la tierra y el cielo que se percibe a través del frente vacío. Preside el frontis, entendido en este caso como estela funeraria, el tradicional lauburu.
El 9 de marzo de 1978, Luis Peña recibió el agradecimiento y felicitación del Ayuntamiento en pleno por tan brillante creación.
Hoy la ikurriña debería estar colocada con toda solemnidad y ceremonial en honor a los fallecidos por la liberación de Euskal Herria. En un lateral, un panel metálico con el lema «Oroipena zor. Fusilatu eta desagertuen zerrenda», inaugurado en este día de 2006, recuerda los nombres de los 21 oiartzuarrak muertos en 1936. La tapia del cementerio, habitual y patético paredón de fusilamientos y masacres populares, es magistralmente recordada como último lugar en vida de los acribillados, al ser tratado como un panteón memorial.
Este paraje, por su calidad artística como referencia escultural y espiritual, es un espacio cultural que, quizá como otros muchos desafortunadamente, son apenas conocidos por el pueblo vasco, por lo que debería ser objeto, además de una mayor difusión, también de un reconocimiento social como obra de arte conmemorativa. Y consecuentement, ser reconocido y catalogado como tal. Un momento de la historia traducido en una intervención en el paisaje, convertida en monumento de homenaje.
Es preciso recopilar y redactar ya una cartografía de la resistencia, el sacrificio y el sufrimiento de todos los que nos han precedido y dado lo mejor de sí mismo, incluso la vida, en pro de la patria vasca cuya presencia en Europa, donde el amanecer proviene del este, ya se vislumbra, a través de este memorable frontón, inequívoco símbolo de nuestra cultura e identidad, donde nuestro pueblo se abre al mundo.
La memoria es la esencia de nuestra identidad y si se disipa se pierde el futuro. No podemos olvidarnos de recordar ya que la memoria es un paraíso del que no podemos ser desalojados.
Si reconocemos que todo presente deriva de un pasado, el presente es el pasado del futuro. Por tanto, hay que conservar el futuro, ya que es el porvenir de nuestro pasado.