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Mati Iturralde | Médico

Hacia la mayoría social vasca

«Aparecen síntomas de debilitamiento», observa la autora en relación al espacio electoral de Bildu, y tras plantear la pregunta «¿a qué se debe?» analiza las razones de esa evolución mirando en el espejo de los resultados electorales de las últimas elecciones en la CAV. Se centra en la pérdida del ímpetu electoral del cambio de estrategia y de las alianzas que lo acompañaron, la falta de articulación de una propuesta política lo suficientemente atractiva y la necesidad de crear nuevas referencias políticas. Ha echado en falta «temas» como el de los presos y la solución del conflicto y concluye animando a aprender de los errores y a trabajar, «orgullosos de lo que somos», sin prisa pero sin pausa.

El mundo es una realidad cambiante: cuando parece que le hemos cogido la medida, se escabulle escurridizo entre los dedos. Aunque a veces parezca lo contrario, nada es definitivo, todo es cambiante, y por más que nos fastidie, no hay soluciones perennes a los problemas porque estos mutan sin cesar. En política se dice que la realidad es dialéctica precisamente porque lo que nos rodea no es estático, no es una foto fija sobre la que actuar sin tener en cuenta el tiempo, ese factor que todo lo envuelve y lo moldea.

Han pasado ya tres años desde el cierre del ciclo de la lucha armada en Euskal Herria, decisión tan difícil como inteligente, que sirvió para insuflar nuevos bríos a la izquierda abertzale, activar a una base social desmotivada y reilusionar a miles de personas de este pueblo sin cuya entrega y compromiso militante nada habría sido posible. Porque no podemos olvidar que si aquí existe un potente espacio social independentista de izquierda, no es gracias a ningún designio divino, ni a determinismos históricos, sino simplemente al trabajo de multitud de militantes realizado durante decenas de años.

Aunque hayamos cometido errores, la gran virtud de la izquierda abertzale ha sido transformar la mentalidad de todo un país, establecer valores progresistas en amplias capas de la población y llevar al corazón de Europa un nivel de organización política, social y sindical sin parangón. Y todo eso ha sido reconocido y envidiado por oponentes y aliados políticos, de dentro y fuera de Euskal Herria. Así pues, esta nueva fase de confrontación democrática no partía de cero, y por ello la militancia tenía la convicción de que el nuevo esfuerzo requería de la aportación de todos, los enfrentados a la anterior estrategia, los desactivados o los que no acababan de verlo claro.

En esta nueva fase política, las elecciones han marcado hitos que han expresado la salud de la izquierda independentista. El que acaba de pasar ha sido caracterizado por un contexto de crisis económica, unidad del espacio independentista, reincorporación de la izquierda abertzale a la legalidad institucional y fracaso de la alternativa constitucionalista.

Con este punto de partida todo parecía indicar que, por primera vez en la historia, la izquierda soberanista podría ser mayoritaria en la CAV; sin embargo, los resultados electorales han dejado claro que no sólo no es así por méritos propios del PNV, sino que, además, aparecen síntomas de debilitamiento en el espacio electoral de Bildu. ¿A qué se puede deber? A mi entender, hay varios factores que explicarían por qué, en vez de superar los resultados de Amaiur, se ha producido un, para algunos, inesperado frenazo.

En primer lugar, parece que ha perdido ímpetu el efecto electoral del cambio de estrategia y de las alianzas políticas que lo acompañaron. Para gran parte de la sociedad, la opción por vías exclusivamente políticas era algo que merecía la pena recompensar en un primer momento, pero, en la medida en que se ha asentado la idea de la irreversibilidad de la apuesta, o dicho de otra manera, en la medida en que el «aldabonazo» político que suponía la novedad de Bildu se ha integrado socialmente sin que en este tiempo se hayan visto avances tangibles, una parte del electorado se ha quedado en casa o se ha sentido atraído por otras formaciones.

En segundo lugar, EH Bildu no ha sabido articular una propuesta política lo suficientemente atractiva. En momentos de crisis como éste y cuando la sociedad demanda posiciones políticas claras y diferenciadas, la apuesta de la coalición por la gestión y las formas tan mesuradas no han puesto de manifiesto la potencialidad transformadora de la izquierda independentista. El convencionalismo más formal, el formalismo más estético y una estética tan alejada de nuestra cultura política forjada en 50 años de proceso de liberación, han hecho que en ocasiones la base social de la izquierda abertzale no se reconociera a si misma.

Además, en situaciones de crisis como la que tenemos, la sociedad suele demandar no solo propuestas políticas, sino también reconocer trayectorias personales. En ese sentido se aprecian mas los políticos comprometidos con las ideas que quieren representar que los probados gestores. En mi opinión era y es imprescindible crear nuevas referencias políticas pero esto no quiere decir que todo lo anterior es desechable. Sumarse a las posiciones de negación del valor de la política y los políticos en general, no nos hace más radicales ni nos da más credibilidad. Hay gente que desconfía de los médicos, pero cuando está en juego algo tan importante como la salud, pocos dudan en acudir a ellos.

En este sentido, se ha echado en falta en la campaña de EH Bildu el brío político que necesita Euskal Herria en este momento. Temas de primer orden político y emotivo, como los presos o la resolución del conflicto han pasado de puntillas y sin embargo esto no ha servido para llegar a nuevos espacios. Tal vez hubiera sido mas eficaz manifestar la voluntad de confrontación decidida con el Estado, y con las posiciones regionalistas de Urkullu y dejar clara una posición de fortaleza política y social en una coyuntura de descomposición del marco actual.

Sin embargo, no sería justo atribuir la desafección de algunos sectores de la izquierda abertzale sólo a lo dicho y hecho durante las elecciones. Porque curiosamente la pérdida de votos es mayor en las localidades con implantación histórica de la izquierda abertzale.

No es verdad que seamos el espejo de lo que merecemos o de lo que quisiéramos ser: tan sólo somos el espejo de lo que somos y de lo que hacemos. La citada desafección puede estar mas en relación con la praxis política de este último año y medio, dentro y fuera de las instituciones, y los resultados electorales ser al fin y al cabo un exponente de ello.

El valor de la militancia, de la propia identidad, del debate y del convencimiento colectivo no puede sustituirse por una estrategia política construida sobre la actuación institucional. Los votos no hacen tejido social. El tejido social sólo se puede hacer activando la sociedad y para activarla hay que confrontar ideas, hay que marcar iniciativas, hay que movilizar y hay que organizar.

Es tiempo de aprender de los errores y ponerse a trabajar, todos y todas, codo a codo sin exclusiones, orgullosos de lo que somos, con toda la legitimidad de años de compromiso con este país, de integridad y de valor humano y militante. Es el momento de los hombres y mujeres de la izquierda abertzale y, sin prisa pero sin pausa, lograremos el apoyo, también electoral, de la mayoría social vasca.

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