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«El humor derriba todo tipo de fronteras, también las ideológicas»

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Rafael Álvarez «El Brujo»

Actor

Rafael Álvarez «El Brujo» (Lucena, 1950) tiene el don de la palabra. De él vive, revelándose heredero de los grandes maestros de la juglaría, esa estirpe ancestral de bufones que gustan de activar, mediante el verbo, las conciencias de las clases populares.

Jaime IGLESIAS | MADRID

Fuera de escena el cómico cordobés resulta igual de arrollador hablando de todo sin cesar: teatro, crisis, política... Desde hoy y hasta el domingo estará en el Palacio de la Euskalduna de Bilbo con «Una noche con El Brujo», su espectáculo más personal.

En todos sus espectáculos hay una parte muy acusada de usted mismo, pero acaso sea éste el más autobiográfico de sus montajes. ¿Lo percibe así?

Sí, sin duda. Es un espectáculo que me representa a mí singularmente porque cuento cosas de mi vida, de mi familia, de mi infancia... Hay una mucha verdad en él, una verdad muy personal y, curiosamente, es uno de los montajes que mejor ha funcionado de todos cuantos integran mi repertorio.

¿Por qué curiosamente?

Pues porque «Una noche con El Brujo» surge de una manera totalmente espontánea. Nunca lo escribí ni lo ensayé. Hace años, la Compañía Nacional de Teatro Clásico me invitó a hacer unas lecturas de poesía, y entre lectura y lectura yo me dedicaba a evocar historias de cuando iba al colegio y estudiaba literatura. Hablaba de mi aproximación a Quevedo y a Santa Teresa desde el humor y la nostalgia y vi que aquello funcionaba, que tenía tirón y la gente se reía, así que, poco a poco, fui convirtiendo la anécdota en parte central de un nuevo espectáculo.

En «Una noche con El Brujo» hay momentos muy emotivos, como cuando evoca la figura de su padre o habla del despertar de su vocación. ¿Lograr ese carácter íntimo no implica, en cierto modo, luchar contra el propio pudor?

Pasa una cosa y es que el público tampoco sabe hasta qué punto lo que le estoy contando es verdad o mentira (risas). Digamos que todo aquello de lo que hablo en este espectáculo es cierto, lo que pasa que el humor actúa como elemento de distorsión, con lo cual el tono de la obra no es realista en un sentido estricto, sino que hay espacio también para el disparate cómico. Con todo, lo más bonito de esa intimidad compartida es el grado de complicidad que puedes lograr con el público. Me acuerdo que cuando representé este espectáculo en mi tierra, muchos espectadores que habían vivido aquellos años que evoco y que, en algunos casos incluso llegaron a conocer personalmente a algunos de los personajes de los que hablo, lloraban de emoción.

Y, sin embargo, pese a todos esos referentes personales y locales, sus espectáculos llegan a todo tipo de públicos.

Porque lo local resulta universal, eso es algo que tengo muy asumido. Nunca he creído en las visiones reduccionistas, en la estrechez de miras de la que hacen gala, por ejemplo, ciertos políticos a los que, por cierto, nunca verás reírse de sí mismos. Porque yo creo que finalmente es el humor el que produce ese acercamiento entre personas de sensibilidad tan distinta y de ámbitos geográficos tan dispares. El humor es algo absolutamente maravilloso, nos sirve para cuestionar las cosas y derriba todo tipo de fronteras, también las ideológicas. Hoy, más que nunca, la gente necesita reírse.

¿El teatro es un arma para agitar conciencias?

El teatro lo que hace es fomentar la comunicación. Cualquier medio donde se fomente la comunicación, que sirva para el intercambio de ideas y el debate, tiene validez en este sentido. Pasa un poco lo mismo con los foros ciudadanos.

En el espectáculo usted recita textos de algunos de sus poetas favoritos, entre los cuáles encontramos a los principales exponentes de la poesía mística. ¿Qué valor le da a esta lírica en medio del pragmatismo y del materialismo en qué vivimos?

El materialismo es un virus. Esta crisis que estamos padeciendo es una crisis de la concepción materialista del mundo donde cada quien va a lo suyo: el que tiene aprieta, cada vez más, y el que no tiene queda absolutamente marginado. Frente a eso la mística encierra una sabiduría que trasciende los problemas materiales afrontándolos desde una cierta distancia y quitándoles consistencia. Siempre me acuerdo, en este sentido, de una frase de Jorge Semprún que decía «cuando yo era joven, imbuido de la dialéctica marxista, siempre pensé que el mundo estaba ahí para ser transformado. Solo con la edad asumes que su función es la de transformarte a ti».

¿Por qué gusta de definirse como «actor solista»? ¿Tan devaluado está el concepto de monologuista como para renegar de él?

Un poco sí ¿no? Es un concepto del que trato de desmarcarme, porque ha sido asumido por las televisiones en su promoción de las nuevas hornadas de comediantes a través de formatos como «El club de la comedia» y similares. Yo hago monólogos, pero lo mío es otra cosa, soy un actor que trabaja en solitario y como tal me gusta denominarme «actor solista», también por respeto a una tradición, la de la juglaría que encarna gente como Darío Fo, aunque sea anterior a él. En ese sentido tampoco he inventado nada.

Además eso de trabajar solo, más en tiempos de crisis, imagino que también tendrá sus ventajas

Principalmente que mis espectáculos tienen una estructura pequeña y eso hace más fácil que te contraten porque les sales más barato (risas). La verdad es que antes nos contrataban según caché y ahora vamos a taquilla y, en muchos casos, eso nos cruje. Y no solo eso, sino que la crisis ha fomentado una nueva especie, que es la de los intermediarios, empresarios buitres que se enriquecen de la miseria. Antes cuando ibas a actuar a una plaza tratabas directamente con la administración que es quien gestiona la mayoría de los teatros municipales y los centros culturales. Sin embargo, ahora te remiten a una empresa, que casualmente en muchos casos ha sido constituida ad hoc por un colega del concejal de cultura de turno, para que sean ellos quienes organicen un evento que, realmente, necesita de muy poca organización. Los resultados de esa externalización los hemos podido ver hace poco, con resultados trágicos, en el caso del Madrid Arena. Esa privatización de los beneficios y socialización de las pérdidas está dándose en todos los órdenes... Como que es un negocio cojonudo ¡vamos! Así cualquiera emprende, sin riesgos de ningún tipo.

A pesar de esta situación, usted no para de encadenar proyectos. ¿Cómo consigue mantener esta actividad representando cinco o seis obras de manera simultánea?

Por puro vicio, es algo superior a mí (risas). La verdad es que me lo paso muy bien preparando los montajes. Casi te diría que es el momento en qué mas disfruto pues me obliga a documentarme y en ese proceso doy con libros y obras admirables e interesantísimos que, después, me sirven como referencia para construir mis espectáculos.

 
MONÓLOGOS

« Yo hago monólogos, pero lo mío es otra cosa, soy un actor que trabaja en solitario y como tal me gusta denominarme `actor solista', también por respeto a una tradición, la de la juglaría»

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