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Raimundo Fitero

Coto

 

En un suelto se nos informa de que un tribunal ha sentenciado que «Melendi no es un insulto». Ya saben que la sintaxis periodística no anda en su mejores momentos, pero lo que un magistrado intenta señalar es que llamar a alguien Melendi, no tiene el alcance de insulto como para que pueda ser susceptible de ser sancionado con una indemnización por ofender al honor. Aclarado. El propio Melendi ha sufrido una transformación y ya no se insulta a sí mismo con sus vestuarios, peinados lenguajes. Ahora es una persona formal que sube a los aviones sin necesidad de atiborrare de productos que le ayuden en el trance. Aparece en «La voz», y llora como una Magdalena. Se ha convertido en un moñas televisivo. En un elemento sentimentaloide. De paso, saca nuevo disco. El negocio continúa.

Pero esto de los insultos parece no tener coto. La vida política, o eso que ahora se considera como tal, es una sucesión de insultos y descalificaciones que vienen a ocupar el espacio de las argumentaciones, las opiniones y los planes estructurados que se conviertan en políticas generales o sectoriales. Los consejos de ministros de la era del bulto que fuma puros por las calles de Nueva York son insultos constantes al sentido común, a la razón, a la convivencia y al respeto democrático. Y así vamos capeando el temporal electoral catalán.

Pero donde los insultos son la sustancia misma de su existencia es en «Deluxe», y si además se produce el resurgimiento televisivo de Coto Matamoros, enfrentado de manera canalla con su hermano gemelo y enemigo público número uno Kiko, nos proporciona un motivo más para apuntarnos a las teorías sociales que nos indican que la familia es la célula donde nacen todas las neurosis y en donde anidan las serpientes más venenosas que se convierten después en idearios políticos criminales. Insultos, amenazas, acusaciones y delaciones, una retahíla de comportamientos ejemplares que en la entrega del viernes se completaron con la presencia del padre de una famosa que se mostró con toda su carga ideológica sospechosa, para culminar un programa deleznable moralmente, pero competitivo y rentable en audiencias. Sin coto. Y con Coto.

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