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El pueblo egipcio no quiere a un nuevo faraón

Todo indica que con el presidente egipcio, Mohamed Morsi, se ha cumplido el dicho que dice que «de la gloria al infierno hay un telediario». Su estatura internacional y su liderazgo en el mundo árabe se habían reforzado tras conseguir con su mediación una tregua en Gaza. Su «éxito», ampliamente reconocido a nivel internacional, le dio un prestigio y un estatus de interlocutor necesario que, solo en un día, parece haberse evaporado. Ayer ardían las sedes de su partido, miles de egipcios volvían a tomar las calles y las acusaciones de comportarse como un nuevo autócrata, como un nuevo faraón se multiplicaron. 24 horas bastaron para que el pueblo egipcio y la prensa mundial hicieran del nuevo líder emergente del mundo árabe un «dictador» a la vieja usanza, a imagen y semejanza del depuesto Mubarak.

No se sabe si el anuncio de Morsi ha sido una declaración constitucional, un decreto o una ley, pero en adelante nadie, ningún órgano podrá revocar nada de lo que él apruebe. Morsi poseía el control del Ejecutivo, del Legislativo y de la Asamblea Constituyente, con su anuncio ahora maniata definitivamente a la judicatura. Y concentra así todo el poder en su persona, en un país que tras la revolución todavía no tiene una Constitución. La brecha entre laicos e islamistas se ensancha, una herida que muchos querrán urgir, que puede desangrar Egipto y su revolución.

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