CRíTICA: «La vida de Pi»
Ang Lee nos sumerge en la metafísica tridimensional
Mikel INSAUSTI
O jiplático me he quedado al finalizar la proyección de «La vida de Pi». No sabía ya muy bien si estaba dentro de una pecera gigante o sumergido en el tanque de un aquarium. No voy a perder el tiempo cuestionando el topicazo que tanto gusta a los lectores de que la novela es mejor que la película, porque si lo que pretendía Yann Martel era demostrar lo diminuto que se puede llegar a sentir el ser humano en medio de la inmensidad de la creación universal, a mi Ang Lee me ha dejado del tamaño de una humilde e insignificante hormiguita. Y lo que son las cosas, los argumentos teológicos del escritor canadiense siguen sin convencerme, mientras que caigo rendido a la metafísica tridimensional que me ha descubierto el cineasta taiwanés.
Ver para creer. Ese es el mejor resumen que se puede hacer del espectáculo visual contenido en «La vida de Pi», la película que hasta la fecha ha sabido dotar de mayor profundidad al sistema 3-D. He de confesar que soy de los que me aburro con los documentales de National Geographic, pero si fueran como esta película que ofrece una dimenasión desconocida de la naturaleza me los vería todos. El Oscar para la Mejor Fotografía ya tiene dueño, le pertenece por derecho al chileno Claudio Miranda, que desarrolla hasta lo increíble los prodigiosos trampantojos generados en «El curioso caso de Benjamin Button». Su nuevo mayor hallazgo consiste en el empleo de los reflejos del agua para transformar el océano en un infinito espejo o reverso del cielo, lo que en las secuencias noctúrnas hace que el firmamento estrellado lo inunde todo con maravillosos destellos fosforescentes emanados por las criaturas marinas o por esa misteriosa isla de las suricatas.
En ese punto el relato adquiere un halo fantástico, incluido el tema del canibalismo, que remite al clásico de Edgar Allan Poe «Las aventuras de Arthrur Gordon Pym». Pero el grueso de esta narración, adscrita al realismo mágico, habla de la supervivencia del náufrago con una capacidad de detalle intrigante y que nunca cansa, equiparable a la expuesta por Ernest Hemingway en «El viejo y el mar».