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Raimundo Fitero

Despiece

 

Hay que ir a la sala de despiece para irse dando cuenta de lo que está hecha una programación de un canal televisivo. Los que acudimos por ociosidad morbosa a los resultados de audiencias diariamente, y esperamos a que cada día uno de mes nos den los resultados generales, sabemos que las tendencias se muestran con unos signos tenues, que van tomando mayor grosor hasta que son evidentes. Por ejemplo, la caída de TVE en todas sus ofertas es algo que el más patán de los echadores de cartas de la trasnoche televisiva podría vaticinar sin equivocarse nada más que en el porcentaje de pérdidas. Y ahí empiezan las dudas razonables sobre lo que se está haciendo en RTVE, que pierde presencia de manera constante, lo que significa una grave pérdida de influencia.

Que pierda la cadena estatal las cifras macros -es decir los dos otros grupos de la televisión más comercial, Tele 5 y Antena, 3 le ganan sumando todos sus canales-, tiene su importancia, pero en el juego partidista, en la obsesión y utilización de la televisión de todos para crear un estado de opinión favorable y acotar la acción del gobierno siempre como algo fantásticamente positivo y benefactor universal, el que sus telediarios no lideren en casi ninguna franja horaria es un síntoma bastante considerable como para que se encienda alguna alarma en el propio ente, o en los despachos de los miembros del PP responsables de esta situación.

Lo que más destacan los analistas es que en «Los desayunos de TVE», la marcha de Ana Pastor haya consistido en una caída de audiencia más allá de lo lógico. Yo creo que en esa huida de telespectadores puede pesar el cambio de conductora, pero también en el cambio de tertulianos, una fiel infantería de marianismo más extremo, unos novios de la mentira y la manipulación que intoxican de manera viciosa. Algunos de ellos están en casi todos los programas de intoxicación partidaria del propio canal, o de los canales más ultras de la TDT. Demasiadas coincidencias, demasiada consigna. Los Ipad que lucen son la confirmación de que no tienen opinión, sino que son voceros de sus contratantes. Unos sicarios políticos que ensucian el periodismo con su fanatismo.