La llegada de Viktoria Mullova a Donostia no levant� mucho ruido. La violinista que hace veinte a�os causara sensaci�n all� donde iba se ha transformado en un tipo de estrella muy diferente. Alejada, que no desterrada, de los c�rcuitos del glamour de la m�sica cl�sica, lleva a�os centr�ndose en una actividad muy honesta que desarrolla con amigos cercanos, m�sicos modernos, instrumentistas antiguos y contempor�neos. Se ha transformado en una �violinista de culto�, si ese concepto tiene alg�n sentido. Ciertamente fue raro, pero extraordinario, recibir a Viktoria Mullova en Donostia para escucharla en un repertorio tan poco lucido, entre comillas, como estos cuatro conciertos de Bach.

No es, desde luego, una m�sica con la que un violinista pueda desatar su ego, como s� puede hacerlo con Brahms, Tchaikovsky o Sibelius.

Mullova no solo prescindi� de su ego, sino que adapt� su forma de tocar a las exigencias t�mbricas de una orquesta de instrumentos de �poca como la Accademia Bizantina. Aunque lo haya hecho a menudo, tanto con este como con otros grupos antiguos, es de suponer que este cambio en la t�cnica de ejecuci�n le supone a Mullova un esfuerzo extra que se tradujo en peque�os errores de emisi�n, digitaci�n, arm�nicos que se le escaparon un ocasiones...

Pero no hay que dejarse enga�ar por estas ligeros ara�azos en la superficie, porque el Bach que firmaron Mullova y los italianos fue maravilloso, org�nico en su complejidad, inundado de detalles, intelectualmente sobrio pero al tiempo acogedor y c�lido. Fueron interpretaciones que hicieron justicia a la inconmensurable genialidad de Bach, que se expande en varios planos diferentes, y eso es lo mejor que se le puede reconocer a un conjunto magn�fico como la Accademia Bizantina y a una solista tan at�pica como la Mullova.