No hay duda de que la reforma educativa diseñada por el ministro español, José Ignacio Wert, forma parte de la agenda recentralizadora del Ejecutivo del PP. En materia educativa, dos son las referencias que pretenden abatir: las reformas realizadas por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, por un lado, y el modelo de inmersión lingüística catalán, por otro. Todo ello aderezado con una ideología adoctrinante en lo político, españolizante en lo cultural y neoliberal en lo social. El cóctel perfecto para intentar rematar la educación pública y aconfesional, así como la mínima autonomía educativa que permite a las naciones sin Estado garantizar, si no el desarrollo pleno, sí al menos la supervivencia de sus lenguas.

Evidentemente, la intervención de Wert en el Congreso, anunciando que pretendía españolizar a los niños y niñas catalanas, no fue una boutade, sino un aviso a navegantes. El PP quiere hacer del sistema educativo una herramienta al servicio de una ideología reaccionaria y contraria al sentir mayoritario de las sociedades catalana y vasca -de ahí la reacción en esas dos sociedades ante este nuevo ataque-. También ajena a los principios educativos que rigen en las sociedades más avanzadas.

En todo caso, respecto al sistema educativo vasco los planes del PP destapan un hecho que debería hacer pensar a la clase política y reaccionar a la sociedad. Al estar destinada a dinamitar el sistema de inmersión catalán, las consecuencias de esta norma en el sistema educativo vasco actual serían relativas. Hoy por hoy, dicho modelo de inmersión, que se ha mostrado eficaz para garantizar el aprendizaje de dos (y más) lenguas por parte de todos los alumnos, está lejos de ser aplicado en nuestros territorios. En contra de los delirios de los totalitarios, la realidad es que a día de hoy aquí muchos alumnos salen sin tener las mínimas capacidades lingüísticas en euskara. Mientras no haya voluntad política para cambiar este hecho, Wert muestra el camino, solo que a la inversa.