La anulación del decreto que otorgaba al presidente egipcio, Mohamed Morsi, poderes excepcionales no suponía en principio una salida a la grave crisis política que vive el país desde el pasado 22 de noviembre a raíz de la del anuncio de ese decreto y también por la consulta constitucional prevista por los coaligados Hermanos Musulmanes y salafistas. Continúa, por tanto, la incertidumbre, pero no se puede decir que la decisión de Morsi no ha cambiado nada, toda vez que ha demostrado que tenía un plan B, algo de lo que carecía la oposición, y ha dejado la pelota en el tejado de esta.

Al margen de la catastrófica situación económica del país, con un índice de paro disparado y una población muy empobrecida -situación a la que el presidente se habrá de enfrentar si supera la crisis política-, la egipcia es una sociedad en la que existen enormes desigualdades sociales, uno de los factores que pueden explicar la victoria en las urnas del islamismo político. Sin embargo, se trata de un triunfo tan legítimo como podría haber sido cualquier otro. Morsi ocupa su cargo porque representa a las fuerzas más votadas por los ciudadanos, si bien debería tener presente que la legitimidad democrática no se logra únicamente con la mayoría en las urnas, sino que los gobernantes han de alimentarla con su práctica política. Por otro lado, la diversidad política de la oposición explica la mencionada falta de previsión ante los movimientos de Mursi y, si bien es comprensible la irritación ante la nueva Constitución -diseñada a la medida de los islamistas- por parte de muchos revolucionarios que estuvieron en primera fila frente al Ejército para derrocar a Mubarak, estos deberían pensar varias veces en la posibilidad de un conflicto de mayores dimensiones que no beneficiaría a la coalición islamista, pero tampoco a ellos, y menos a un proyecto de sociedad democrática y progresista.

Casi dos años después de las revueltas que acabaron con el régimen dictatorial, Egipto es un escenario sumamente complejo en el que que nada parece claro, excepto que hay mucho en juego para su ciudadanía, y no solo para ella.