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Jesús Valencia | Educador social

España. ¿Qué cambió de ayer a hoy?

 

Mi siempre reconocido señor: siguiendo a cabalidad su encomienda, he recorrido las aldeas, villas y ciudades de este reino. Y tras conocer de cerca a los hombres y mujeres que en ellas habitan, puedo darle cumplida información de lo que acontece en estas tierras llamadas España.

Existe una muy abundante nobleza que se distingue entre sí por sus títulos y nombradías. Los más encumbrados son conocidos como Grandes; quienes les siguen en jerarquía son tenidos por Condes, Marqueses o Señores. Aunque diferentes entre sí, hay costumbres a las que todos ellos se avienen: se afanan en recaudar los tributos que obligadamente cobran a sus arrendados. Acaparan grandes extensiones de tierra que les sirven de solaz para cazar en ellas porque, de cultivarlas, se encargan sus pecheros. Abundan más en religión que en vergüenza. Tienen a gala vivir en completa holganza; cuentan con numerosa servidumbre a la que llaman paniaguada pues con tales viandas la alimentan. Pugnan por medrar en la corte y gozar de los favores del rey al que agasajan con servil pleitesía. Miran con arrogancia a quienes toman por plebeyos y exhiben una ridícula vanidad creyéndose dueños del mundo.

Sepa vuestra merced que todavía son más numerosos los conocidos como hidalgos. Se cuentan por miles y cuidan sus apariencias para simular más rango que el que sus haciendas les permiten. Así y todo, hay algunos privilegios de los que disfrutan. Dada su condición, se les exime de pagar impuestos y nunca son encarcelados por las deudas que contraen; si cometen delito penado con prisión, la justicia se encarga de que la condena sea leve y su estancia en la cárcel, aliviada; comedimientos de los que nunca gozan las gentes bajas.

Por lo que se refiere a estas, son las últimas en el rango social. Hasta no hace mucho, este lugar lo ocupaban los judíos de raza y los moriscos. Parece que unos y otros sobran en estas tierras hispanas pues van siendo expulsados de malas formas y sin ningún procedimiento. Respecto a los plebeyos, son tratados con menos consideración que una acémila. Son tantos que se pueden encontrar en cualquier ciudad, aldea, venta o camino. Aunque pobres de solemnidad, sólo a ellos corresponde pagar impuestos, alojar tropas y trabajar tierras. Muchos de estos infelices viajan a las Indias queriendo encontrar allá la fortuna, que tan esquiva se les muestra acá. Al hablar, guardan cautelas ya que la justicia los vigila con celo y si cometieren delito los castiga con rigor. Pese a ello, la miseria se encarga de avivar por doquier motines y algaradas.

A este tiempo, conocido como Siglo de Oro, bien pudieran llamarlo de la plata. Repletas de ella arriban las naves venidas de las Indias. Una parte engrosa las arcas del rey y de sus allegados. El resto, más los abultados tributos que soportan los pueblos de aquende y de allende los mares, resultan escasos para pagar los préstamos que hicieran a este reino los banqueros alemanes. Los Függer exigen la devolución de sus dineros, debidamente engordados por elevados intereses. En la Villa y Corte a.........

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