Dos décadas después, Nureyev mantiene su brillo de leyenda
Veinte años después de su muerte, que tuvo lugar el 6 de enero 1993, Rudolf Nureyev continúa siendo un personaje de leyenda, bailarín virtuoso, casi perfecto, pero de carácter imposible, a modo de una estrella del rock. Sus ballets se vuelven a programar todos los años en Londres, Viena y, sobre todo, en la que se podría definir como «su casa», la Ópera de París.GARA-AFP | PARÍS
Director de danza de la Ópera de París entre 1983 y 1989, Rufolf Nureyev (Noureev para los franceses) dejó como legado sus versiones de los ballets de Marius Petipa «que fueron creados en Rusia y que él modernizó al incorporar las técnicas coreográficas modernas», explica la historiadora Hélène Ciolkovitch. «Él dijo: mientras que se bailen mis ballets, seguiré vivo», agrega Brigitte Lefèvre, directora de danza en la Ópera de París.
«Don Quijote» en diciembre, «La Bella Durmiente» en 2013 y «El Cascanueces» en 2014: no hay una temprada en la que el cuerpo de ballet resplandezca -y sufra- en un gran espectáculo con el sello Nureyev. «Es duro y los bailarines lo pasan muy mal», reconoce Brigitte Lefèvre, quien habla de los pasos bailados no solo a derecha, como es tradición, sino también «a derecha, a izquierda, los pequeños pasos van muy rápidos».
«Nureyev devolvió el protagonismo al bailarín, que se había visto reducido al papel de porteador, y reequilibró la pareja bailarín-bailarina», recuerda Ciolkovitch. «Cuando se estaba a su lado, había que trabajar realmente duro para destacar, porque sino era imposible estar a su altura», dice Noëlla Pontois, quien bailó por primera vez a dúo con Nureyev en 1968, cualquier era una joven promesa. «Fue genial bailar con una estrella como él», se sonríe esta bailarina de 69 años, a quien se le dedicará una exposición en París el próximo mes de febrero.
Monstruo sagrado que atraía a las multitudes a modo de una estrella de rock, personaje con una vida rocambolesca, Nureyev nació en 1938 a bordo del transiberiano en la región del lago Baïkal. A los seis años, después de ver un espectáculo de ballet patriótico, decidió que lo suyo era la danza. Se apuntó a cursos de danza folklórica en contra de los deseos de su padre e ingresó a los 17 años en la escuela de danza de Leningrado. Integrado en el célebre Kirov, se labró una reputación de prodigio rebelde.
En el transcurso de una gira del Kirov a París en 1961, puso de los nervios a las autoridades soviéticas con sus travesuras en las noches parisinas. Llamado a regresar a Moscú -mientras el ballet viajaba a Londres- se lanzó sobre dos policías franceses en el aeropuerto de Bourget y presentó una demanda de asilo.
«Rudolf Nureyev, bailarín principal, eligió la libertad: aquello fue un bombazo», recuerda Brigitte Lefèvre.
Bailó en el Royal Opera House de Londres, donde formó pareja legendaria con Margot Fonteyn, pero fue la Ópera de París la que se convirtió en su hogar, acogiéndole en los años 80 como bailarín y luego como director.
«Era un bellezón», explica gráficamente Brigitte Lefèvre. «Cuando yo estaba en la escuela de baile, nos llevaron a ver una repetición del Kirov. De prontó llegó la bomba: era Rudolf».
Si Noëlla Pontois no conoció de él más que «su lado bueno, sus atenciones, su humor» han sido muchos los que han tenido que soportar el mal carácter de este hombre excesivo. Maurice Béjart y Roland Petit decían de él que era «el fantasma de la ópera», porque vivía seis meses del año en Austria, por razones fiscales.
Se le conoció un gran amor -el bailarín danés Erik Bruhn-, pero era un hombre «muy solitario», tal como se describe Noëlla Pontois: «Tuvo que abandonar a su familia, seguramente se culpaba de todo y sería duro para él».
Afectado por el virus del sida, escondió su enfermedad y el público descubrió de pronto a un hombre que se tambaleaba en el estreno de «La Bayadera» el 8 de octubre de 1992, dos meses antes de su muerte. «Siempre resulta difícil mantenerse en activo, pero para él era un asunto de vida o de muerte, porque sacrificó tantas cosas por ella: dedicó su vida a la danza», concluye Pontois.
Recuerdo en los escenarios
París, Londres, Viena, San Francisco e incluso Moscú le rendirán homenaje con motivo de este aniversario redondo. La Ópera de París ha programado para el 6 de marzo una noche de gala, con fragmentos de los grandes ballets clásicos que él versioneó.
El Palacio de la Moneda de París editará este lunes dos piezas de colección, en plata y oro, con la esfinge del bailarín, diseñadas por Christian Lacroix. En la cara, el diseñador ha representado al bailarín ante el palacio Garnier; en la cruz, su rostro destaca sobre un dibujo de kilim, recordando la magnífica alfombra que cubrió su tumba durante su funeral en la calle rusa de Sainte-Geneviève-des-Bois, en las afueras de París.
En Londres, donde Nureyev bailó durante muchos años, el Royal Ballet dará en enero «Raymonda» y en febrero «Marguerite y Armand». Además, se le dedicará una exposición en el foyer del teatro.
El Ballet del Kremlin programará el ballet «Cenicienta» de Nureyev, todo un acontecimiento dado su difícil relación con su tierra natal. El bailarín, considerado un traidor, intentó volver al cabo de 26 años de exilio. Su madre, muy enferma, no le reconoció y los rusos ignoraron su existencia.
En Austria, se le dedicará una gala el 29 de junio en la Ópera de Viena. El Young Museum de San Francisco, además, expone hasta febrero expone el fastuoso vestuario de Nureyev, en cooperación con el Centro Nacional francés de Vestuario de Escena (CNCS) de Moulins, que se abrirá un «lugar de memoria» dedicado a Nureyev en setiembre.
«Nureyev devolvió el protagonismo al bailarín, que se había visto reducido a ser un mero porteador, y reequilibró la pareja bailarín-bailarina», dice la historiadora Hélène Ciolkovitch.
Personaje de vida novelesca, pidió asilo en el aeropuerto de París abalanzándose sobre dos gendarmes. Moscú le había ordenado que volviera ante sus «travesuras» nocturnas.