Análisis | Athletic 2012-13
Más vale tarde que nunca
El autor, redactor de «Kaiser Football Magazine», se pregunta en este artículo que publica en «Perarnau Magazine» qué habría sucedido si Josu Urrutia hubiera vendido a Llorente el pasado verano, y cómo habría influido en la marcha del equipo esta temporada.
Alberto EGEA «Kaiser Football Magazine»
En pleno entrenamiento de la selección chilena previo a un partido de clasificación para el Mundial de Sudáfrica en 2010, Arturo Vidal, entonces futbolista estrella del Bayer Leverkusen, estaba abusando constantemente de jugadas individualistas y arriesgadas. Marcelo Bielsa paró el entreno repentinamente, se acercó furioso al ahora jugador juventino y le recriminó: «Acá usted no está jugando en Bayer Leverkusen. Y todo lo que usted hace es un desorden. De nada sirven las piernas a la altura de la cabeza. Si quiere jugar conmigo, debe hacer el trabajo que se le pide, no el que usted cree que hace falta. No hacen falta los héroes en el fútbol».
Esta anécdota quizá defina certeramente la filosofía de Bielsa, que busca sacar el máximo partido de sus jugadores a partir del fortalecimiento del equipo, del grupo y de su estilo de juego, en lugar de esperar a que la calidad individual de sus jugadores -por buenos que sean-, sin ningún engranaje entre ellos y de manera anárquica, decida partidos un día sí y otro no.
Cuando Bielsa llegó al Athletic aceptaba el reto de instalar su idea de fútbol asociativo, técnico y paciente en un equipo singular con un arraigado estilo de fútbol de más de cien años que promulgaba todo lo contrario: un fútbol directo, de escasa circulación, basado en la garra, la fuerza, el coraje y la lucha.
Sobre el gran trabajo que había llevado a cabo Joaquín Caparrós el año anterior con casi la misma plantilla, Bielsa instauró cambios sustanciales para conseguir el propósito de que su equipo intentase tener la iniciativa con el balón en todos los partidos, fuese cual fuese el rival. Convirtió al gran centrocampista que había sido Javi Martínez la temporada anterior en un fantástico central, piedra angular del equipo tanto en la salida de balón -siempre en jugada- como en labores defensivas, y pobló el centro del campo de jugadores técnicos como Muniain y Ander Herrera, además de apostar por los jóvenes De Marcos e Iturraspe, casi inéditos en el equipo de Caparrós, que multiplicaron exponencialmente su rendimiento con el argentino. Poco amigo de rotaciones, otorgó la confianza a los mismos 11 jugadores durante casi toda la temporada, demostrando que cuando las cosas funcionan y los resultados acompañan la excusa del cansancio desaparece por completo.
Del estilo impuesto por Bielsa se han beneficiado los 11 jugadores elegidos por el argentino para disputar todas las competiciones la temporada pasada. Los 11 son mejores jugadores que antes de que los entrenara Bielsa. Desde que este aterrizara en Bilbao, Susaeta y Muniain han debutado con la selección española absoluta y Amorebieta con la venezolana, Javi Martínez se convirtió en el fichaje más caro de la historia de la Bundesliga, a Llorente se lo rifan los grandes de Europa y la trepidante progresión de Ander Herrera o De Marcos ya ha hecho que los equipos grandes más poderosos pregunten por ellos.
Bielsa necesita futbolistas comprometidos con su idea y con su forma de trabajar, tarea pesada y agotadora muchas veces para los jugadores, por estar basada en tediosos ejercicios específicos de repetición que luego inserta en la realidad del juego en sí. Tiene más en cuenta el nivel de implicación del jugador con el equipo que sus condiciones futbolísticas, y no ha tenido reparo en sentar en el banquillo a un puntal del equipo si ve que su rendimiento o su comportamiento lastra al grupo.
Por eso no se entiende la torpeza de Urrutia al intentar retener a Llorente a toda costa. Es evidente que el delantero -seguramente mal asesorado por su entorno- se precipitó a la hora de anunciar que no renovaba, creyendo que bien Urrutia acabaría cediendo, aunque solo fuera por no dejarlo marchar gratis al año siguiente, o bien un club importante abonaría su claúsula de rescisión de 36 millones de euros. Urrutia, que ante un mercado tan escaso como el que maneja el Athletic no veía un recambio de garantías para Llorente ni un fin en el que invertir el dinero de la venta, no era consciente de la bomba que estaba dejando en el vestuario.
Una bomba que de paso salpicaba a una afición que hasta entonces había defendido a muerte a todos sus jugadores, pero que desde ese momento iba a generar un ambiente de crispación en San Mamés y Lezama cada vez que Llorente hacía acto de presencia en el césped.
Al contrario de lo que creía, le estaba haciendo un flaco favor a Bielsa y al equipo. La apuesta del rosarino por Aduriz -más comprometido que el riojano- y la decisión de dejar en el banquillo a Llorente -pendiente hasta el último día de ver si fructificaba su salida del club- rompía la jerarquía del vestuario y ponía en tela de juicio la unidad de este -las filtraciones de las palabras de Bielsa a sus jugadores tras las derrotas en las dos finales del mes de mayo lo atestiguan-, que hasta ese momento había estado comprometido en su totalidad.
Visto que la elección de Aduriz está siendo un éxito (ha marcado más goles que los que llevaba Llorente a estas alturas en la pasada campaña), duele preguntarse qué habría pasado si el presidente del Athletic hubiese dejado marchar a Llorente. El envenenado vestuario habría dejado paso a otro más sano, en el que el reparto de roles se habría mantenido de acuerdo a la temporada pasada, y jugadores como Iker Muniain, Ander Herrera o De Marcos habrían dado un paso al frente en el liderazgo del equipo en un ambiente calmado y favorable.
Así las cosas, quizá lo mejor sea matar al perro cuanto antes para erradicar la rabia que tanto daño ha hecho en el equipo y comenzar a crecer de nuevo, porque la plantilla rebosa calidad. Eso y rezar para que Bielsa decida continuar un año más con un proyecto que solo se valorará con el paso del tiempo, que pondrá en perspectiva cómo un solo hombre reeducó el gusto de toda una afición, que ha pasado de idolatrar a jugadores combativos y sufridores como Zarra o Urzaiz a enorgullecerse de futbolistas de técnica exquisita como Ander Herrera.