Jesus Valencia Educador social
¿Y después del 12 de enero?
La situación reclama compromiso creciente hasta neutralizar la paralizante violencia carcelaria. Todos los días debieran ser 12 de enero y cualquier plazoleta, La Casilla
No se precisaban dotes de vidente para adivinar lo que iba a suceder. Una vez más, las torrenteras solidarias desbordaron cauces y rebosaron Bilbao. También las ausencias fueron, una vez más, chirriantes y gruesas. No acudió el unionismo, obsesionado por retener bajo cuatro llaves a quienes utiliza como rehenes. Ni el PNV, dama tenida por patriota pero siempre dispuesta a coqueteos con cualquier galán español. Intentaron los faltantes justficar su ausencia con pretextos burdos. «Es la manifestación de la izquierda abertzale»; hubiera bastado una ojeada fugaz sobre la abigarrada multitud para desmontar semejante sandez. «Salir a la calle no sirve de nada» decían quienes se han movilizado durante lustros en contra del independentismo.
En un punto coincidían presentes y ausentes: en la actual coyuntura, el tema de los represaliados es vertebral. Quien pretende que los presos se pudran en las cárceles está intentando la putrefacción del proceso. Promover la reconciliación cuando el Estado afila crueldades carcelarias resulta prematuro. ¿Qué sentido tiene la sanación de todas las víctimas cuando unas intentan elaborar su crudo pasado y otras tienen que encajar cada mañana el dolor de nuevos ultrajes? ¿Cómo poner en común los respectivos relatos si una de las violencias se cerró y la que tienen que soportar los presos y sus familiares sigue más abierta y sangrante que nunca? Hasta la vida rutinaria de nuestra más pequeña aldea sufre las consecuencias de la actual política penitenciaria. Sus recónditas callejuelas se estremecieron con el fragor de batallas pasadas; experimentaron alivio cuando supieron que aquella etapa cruenta había concluido; y se acues- tan cada noche con una desazón profunda al comprobar que gentes ruines hacen lo indecible para que el tiempo nuevo no nazca. Estas son las verdaderas razones que activaron el sábado la movilización de miles de personas y la desmovilización de otras. Las primeras, cargadas de humanidad, quisieron contribuir a que el nudo se desenrede. Las otras, aferradas a intereses bastardos, dejaron al descubierto su insensibilidad. Se niegan a pasar página y utilizan la política penitenciaria como tapón obturador; no quieren que Euskal Herria vislumbre un horizonte cargado de potencialidades. Lo siento por ellas; si se obstinan en contener el ímpetu de la solidaridad, esta terminará arrastrándolas.
¿Que hacer a partir de hoy? La gran marcha del sábado no debiera de ser una especie de orgasmo colectivo que nos sumerge en un placentero relax. O el final de un ciclo anual que se reabrirá para otra nueva apoteosis en el 2014. Hoy nos tomamos un breve respiro en el descansillo de la escalera para acometer con energía renovada el tramo siguiente. La situación reclama compromiso creciente hasta neutralizar la paralizante violencia carcelaria. Todos los días debieran ser 12 de enero y cualquier plazoleta, La Casilla. No hay lugar para molicies postorgásmicas. Los familiares afrontan cada semana viajes penosos; la población represaliada resiste cada día nuevas agresiones, y nuestra sociedad exige cada minuto el tiempo nuevo que nos pertenece.