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El Estado francés se desliza hacia una extensa guerra, con múltiples frentes y sin final a la vista

François Hollande ya tiene su guerra. Según sus palabras, su objetivo es asegurarse «que Mali es seguro, con autoridades legítimas, un proceso electoral y ningún terrorista que amenace su territorio». Esta retórica guerrera es familiar. «Expulsar a los islamistas y establecer la democracia»... lo mismo que la llamada comunidad internacional dijo al principio de la guerra de Afganistán. Y hoy, doce años después de que aquella misión empezara, muy pocos -por no decir ninguno- de los objetivos se han logrado. De hecho, la que se presentó como una operación relámpago en Malí se ha tornado ya en una operativo de guerra extenso, con bombardeos diarios, combates cuerpo a cuerpo y un apagón informativo que hace imposible saber sobre el terreno el grado de devastación y el número de víctimas civiles.

Afganistán y Malí, tan distintas y ahora tan iguales, no son lo mismo pero sí riman la retórica y la lógica de guerra. El masivo asalto a un campo gasístico en Argelia o la amenaza de muerte inmediata del espía francés secuestrado en Somalia son los nuevos capítulos, no los últimos, de una guerra colonial que se sabe cómo empieza, pero nunca cuándo y cómo terminará.

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