Crónica | Siria
Alepo, una ciudad-gruyere sangrienta
En Europa hay una ciudad famosa por sus quesos con agujeros. Pues ahora mismo Alepo se parece a eso», me explica Abu Yussef, combatiente del Ejército Sirio Libre, mientras me muestra el frente de Saif al-Dawla, barrio donde se luchó casa por casa hará poco más de dos semanas.
Andoni LUBAKI Periodista freelance
«Tomamos posiciones sin salir a la calle, lanzándonos granadas de casa a casa y pasando de una a otra por los agujeros que hacíamos en las paredes de las viviendas. Perdimos muchos hombres», narra el joven. Durante más de un mes los dos bandos implicados en esta refriega jugaron al juego del gato y el ratón. Casa por casa, habitación por habitación fueron definiendo el frente que hoy parece inamovible, ya que ninguno de los dos bandos puede cruzar la calle principal de este barrio, anteriormente bulliciosa y ahora silenciosa. «Ninguno de los dos bandos nos atrevemos a cruzar esa calle que puedes ver a través del agujero», explica Abu Yussef.
«Antes de que me sumara a la revolución solía pasar mucho tiempo en esta calle. Yo soy de Bustan al-Qasr, pero mis tíos y varios de mis amigos son de aquí. Antes era una calle muy viva y ahora no hay nada más que escombros y casas destruidas», añade.
El joven francotirador me lleva a través de agujeros que surcan paredes que antes dividían viviendas de un frente activo al otro. «Así los RPG y los francotiradores no nos pueden ver. Cruzamos de un punto a otro con relativa facilidad», explica.
Subimos a un edificio que está en parte destruido y en parte quemado por la escalera central. Atravesamos un armario que tapa la pared hacia una especie de habitáculo secreto donde otro joven miliciano del Ejército Sirio Libre apunta desde una oscuridad total hacia la calle con un rifle de fabricación austríaca. «Cada agujero en la pared sirve para vigilar al otro, por eso decimos que el más bajo de nosotros es el que sobrevivirá, ya que es más difícil alcanzarle a él que a los altos», ríe Jamil, el joven francotirador de 19 años que pasa las horas acostado vigilando por la mira telescópica las posiciones del enemigo.
Delante de esta atalaya del Ejército Sirio Libre una avenida llena de escombros y de cadáveres putrefactos. «Te vamos a ensenar varios cuerpos de civiles asesinados por los francotiradores de Al-Assad, apostados en la otra parte de esta avenida», propone Jamil mientras aparta el cañón del rifle. Señala con el dedo hacia adelante. «Ten cuidado, no asomes mucho la cabeza y no tengas mucho tiempo la cámara sacando fotos, ya que los francotiradores pueden ver el reflejo y descubrirían nuestra posición», susurra en inglés.
Ni siquiera me atrevo a asomar la cabeza, ya que aún tengo en mente lo que le pasó a un periodista sirio, que cubría la guerra en el bando de los sublevados. «Se asomó demasiado», concluye Abu Yussef, quien se ha convertido en mi guía por este laberíntico frente en el que si uno se adentra solo tiene el peligro de toparse con una calle llena de francotiradores.
Hago caso a los dos y el medio segundo que tardo en sacar la cámara y apretar el obturador me revela en la pantalla de mi Canon un paisaje sacado de una película de Hollywood. Cadáveres putrefactos tirados en la calle, escombros, casas calcinadas y destruidas. Uno de los cuerpos destaca sobre los otros. Es una niña con un abrigo azulado acostada de lado. «Vi cómo los sabihas le disparaban en la cabeza», me dice Jamil señalando con el dedo indice la frente que le asoma por debajo del panuelo palestino. «Los del ELS a las tropas leales de Al-Assad les llamamos sabihas», explica una voz desde la penumbra de la habitación.
Ni siquiera me había percatado de la presencia de este cuarto individuo en la penumbrosa habitación de esta casa calcinada. Se hace llamar Abdelazziz y es el companero de Jamil. Es este joven de 21 anos quien le sustituye cuando está cansado. Me dice que desertó del Ejército de Al-Assad porque tuvo que disparar contra civiles en las primeras manifestaciones de Homs.
Espectros
«No puedo matar a los míos», me explica asomando su cara sobre la única fuente de luz que dispone la habitación, el agujero por donde Jamil apunta a los sabihas. «Antes era un sabiha, ahora estoy luchando por la revolución». Pregunto por el significado del término sabiha. «Designa a los mafiosos que trabajaban para Al-Assad. Siempre se paseaban por los barrios con un Mercedes Benz, imponiendo la paz que a ellos les interesaba», narra Jamil sin dejar de vigilar la calle tras la mira telescópica. «Como se movían en esos coches sin mostrar la cara tras las lunas tintadas, les llamamos sabihas, que en inglés significaria algo parecido a espectro».
Volvemos por el mismo lugar por donde vinimos, dejando a Jamil y Abdelazziz vigilando la avenida de los cadáveres, que es como se la conoce en la ciudad.
Saliendo del frente nos juntamos con Abu Ismael, jefe del batallón que gobierna esta parte del barrio Saif al-Dawla. «Se bienvenido a mi batallón, que Alá te proteja en tu trabajo», me recibe mientras me estrecha la mano con fuerza. «Ya ves que nosotros no recibimos ayuda de la OTAN, mira dónde dormimos y dónde comemos. Lo nuestro es una lucha por la dignidad. Alá nos ayudará a ganar esta batalla y echar o matar a Al-Assad», augura el enjuto líder, quien antes de marcharse por un agujero en la pared se despide asegurando que «reescribiré la novela «Los Miserables» de Victor Hugo para todos mis muchachos». Sus muchachos me ofrecen su comida, un queso salado hervido. Por lo menos no tiene agujeros.