CRíTICA: «Lincoln»
Las cosas iguales a una misma cosa son iguales entre si
Mikel INSAUSTI
El axioma de Euclides que da título a esta crítica de «Lincoln», y que no hace falta repetir, pone de manifiesto que las matemáticas rigen el universo conocido, o al menos lo cuantifican. El matemático griego enunció su proposición verdadera tres siglos antes de Cristo, pero la humanidad no ha evolucionado tanto como para descartar el tipo de certezas por las que nos seguimos rigiendo. El magistral guión de Tony Kushner hace de la obsesión numérica la clave interpretativa del drama histórico, poniendo en boca del decimosexto presidente de los Estados Unidos el famoso postulado euclídico para dar una razón científica elemental a favor de la igualdad entre las razas, y así no tener que perder el tiempo con discusiones basadas en prejuicios culturales y sociales.
Los diálogos de «Lincoln» no tienen parangón, porque si están bien escritos todavía están mejor expresados por un reparto coral compuesto por 145 entonadas voces. Kushner y Spielberg no pretenden dar una lección de historia, más bien tratan de hacer ver que la política es el arte de la dialéctica mediante la cual la teoría y la acción se igualan y forman parte de la misma cosa. El rítmo de los debates en el Capitolio se funde con el de los discursos, las confesiones de despacho y las discusiones matrimoniales o de familia, porque la vida de un personaje con responsabilidades públicas no entiende de intimidades ocultas. Dentro de ese todo tan densamente verbalizado las dos horas y media de duración no se hacen eternas, gracias a que la oratoria avanza conducida por un suspense dramático que también confluye en la tensión de un resultado matemático: la suma de los votos necesarios para aprobar la decimotercera enmienda y proclamar la abolición de la esclavitud.
Cierto es que la emoción del cálculo siempre es más contenida que la de los desenlaces pasionales, pero Spielberg es coherente hasta el final y evita la espectacularidad gratuita con un anticlimático silencio, roto por el tañido de las fordianas campanas que anuncian la victoria.