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Iñaki Egaña | Historiador

Como dos gotas de agua

La ejecución de tres mujeres del PKK kurdo en París, entre ellas la de Sakine Cansiz, ha venido a recordar que, en el mundo de la política, los decorados no tienen que ver en absoluto con la realidad. El equipo de Hollande se reunía habitualmente con Fidan Dogan (Congreso Nacional del Kurdistán) en los prolegómenos de ese proceso de paz que parecía abrirse en el Kurdistán bajo dominio turco. Las conversaciones frecuentes no han sido, sin embargo, sinónimo de inmunidad para la comunidad kurda. Sakine ha sido ejecutada.

Todo es posible y el tiempo nos irá abriendo puertas, pero parece bien extraño que tres mujeres estrechamente vigiladas por los servicios secretos franceses, y otros, puedan ser eliminadas en el centro de París, provocando una ilusa perplejidad en el embustero ministro del Interior, Manuel Valls. La afirmación sobre su credibilidad viene a cuenta del caso de la zuberotarra Aurore Martin. Valls demostró ser un muñeco más de la fábrica Pinocchio.

El PKK me abrió la curiosidad en su comunicado sobre las ejecuciones de París, al responsabilizar del mismo a la sección turca de la Red Gladio, los malos de los malos en los estertores de la Guerra Fría. Asesinos a sueldo de grandes corporaciones, la OTAN y, sobre todo, la CIA. Había dado por hecho que la Red Gladio desapareció hace 20 años, pero con ese nombre u otro, es evidente que un grupo subterráneo persigue sus mismos objetivos.

En Euskal Herria las investigaciones sobre la Red Gladio salieron a la luz en la década de 1990. Magistrados y periodistas italianos señalaron que la CIA operaba desde Bilbo en estos menesteres y que la Red Gladio contaba con infraestructura en Donostia. Investigando estas y otras cosas parecidas me detuvieron y expulsaron de EEUU en 2007.

Entonces, cuando la Red Gladio apareció y probablemente como ahora, todos descargaron responsabilidades porque parecía que el monstruo seguía vivo. El megalómano Mitterrand, predecesor de Hollande, señalaría que «ya disolvió» a la Red, mientras que Narcis Serra, ministro de Defensa español, fue más lejos: «España no ha formado parte de la red Gladio ni antes, ni después de crearse el Gobierno socialista». Serra recibió premio. Dirigió hasta hace unos días Caixa Catalunya hoy pretendida por Kutxabank, a la que arruinó. Intervenida por el FROB se subió el sueldo escandalosamente antes de huir por la puerta trasera. Otro «socialista» de rostro enorme.

Apegados a la condena como reafirmación política, en noviembre de 1990 se produjo una votación en el Parlamento Europeo para rechazar a la Red Gladio. En ella los eurodiputados del PSOE se alinearon con la derecha y la extrema derecha, para votar en contra de la condena, rompiendo de esa manera la disciplina de voto del grupo socialista de Estrasburgo.

Hay un dicho castizo que apunta a que crónicas, personas, sucesos, se «parecen como gotas de agua». La verdad es que cuando llueve, las gotas parecen todas iguales. Nosotros, que andamos a trancas y barrancas con la historia, decimos que la misma se repite. Ya sé que generalizar no es de recibo. Simplemente acerco el tema.

Al margen de la Red Gladio citada, las ejecuciones de París, al comienzo precisamente de un proceso negociador, me han traído a la memoria la muerte de Santi Brouard. Aquel pediatra independentista y socialista, también presidente de HASI, al que unos sicarios pertenecientes a una trama ligada al Estado español, acaso también relacionada con Gladio, mataron en su consulta, en noviembre de 1984.

Permítanme que les refresque la memoria. Aunque el relato sea un poco extenso creo que servirá para apuntalar mi tesis de las dos gotas idénticas de agua. Protagonistas: proceso de paz en ciernes, intermediarios, gobiernos socialistas y fuerzas subterráneas que, con complacencias políticas, impusieron e imponen sus tesis de plomo.

En junio de 1984, Francia y España sellaban un Acuerdo contra ETA, en medio de la actividad del GAL. Fue público, así como la mayoría de sus contenidos. La declaración supuso una tregua de casi nueve meses del GAL. En julio del mismo año, a petición de Felipe González, un jesuita se entrevistaría en París con un delegado de ETA, Txomin Iturbe. Días después, aquel ministro condenado y luego indultado por ordenar el secuestro de Segundo Marey y robar dinero público llamado Pepe Barrionuevo decía que «el Gobierno está dispuesto a negociar la paz directamente con ETA donde quiera y cuando quiera».

Hasta el PNV se mostró ilusionado: «Occidente quiere la negociación política: la propuesta del Gobierno español a ETA ha sido mínima, aprovechando su supuesta superioridad». Santi Brouard contestó a Barrionuevo que lo suyo era un «gesto a la audiencia tanto europea como española en un intento de que se diga: mira, el Gobierno español ya ha realizado una oferta de negociación. Pero lo que pasa es que es una oferta muy burda».

Poco después, Francia entró en liza. El embajador del Estado francés en Madrid, Pierre Guidoni, envió un mensaje a Herri Batasuna para entrevistarse con algún miembro de su Mesa Nacional. La coalición designó a Jokin Gorostidi y Santi Brouard como sus portavoces y, así, ambos acudirían al despacho del diplomático francés en una mañana a mediados de septiembre. Guidoni discutió de política y entregó a ambos una cita para ETA en Burdeos, a la que, dijo, asistiría algún representante francés.

Hoy, como la autoestima aumenta con la edad y a los jubilados les da por publicar sus memorias, sabemos que una vez concluido el encuentro e inmediatamente, Guidoni cambió de habitación y transmitió sus impresiones y guión a cuatro dirigentes del PSOE, entre ellos Txiki Benegas y Enrique Múgica Herzog. El currículo de Múgica Herzog es de sobra conocido, desde su sionismo confeso hasta su afinidad al PP a pesar de contar con carné del PSOE, pasando por su implicación en el golpe de Estado de 1981.

ETA, con sus dos representantes en los diálogos estigmatizados (Eugenio Etxebeste deportado y Txomin Iturbe asignado a residencia) no asistió a la reunión de Burdeos proyectada por Guidoni y Múgica Herzog. Santi Brouard recibiría nuevas propuestas y correos. En la letra parecía que Madrid y París deseaban la paz. En la realidad alimentaban la guerra.

Y hubo un golpe de mano. De nuevo, si hacemos caso a las memorias escritas y a las declaraciones de sus protagonistas, el siguiente interlocutor español sería Enrique Rodríguez Galindo, quien lanzaba los mensajes como hombre de confianza de Andrés Casinello, en esa época director general de la Guardia Civil y anteriormente uno de los responsables de los servicios secretos españoles.

Santi Brouard calificaría esta fase tan enmarañada como un conjunto de «malas conversaciones». No tuvo oportunidad de verlas adjetivadas de otro modo. Al atardecer del martes 20 de noviembre de 1984, Brouard fallecía en su despacho médico de Bilbo tras recibir ocho impactos de bala. No hubo secretos por ninguna de las partes: el blanco elegido por los dos mercenarios que ejecutaron a Santi estaba relacionado con el tema de la negociación ETA y Estado. Brouard acababa de afirmar, unos días antes de su muerte, que era utilizado por Madrid como un intermediario para hablar con ETA.

Ni Santi Brouard ni Sakine Cansiz tuvieron inmunidad. Más bien, y esto es una impresión porque el mundo subterráneo es más amplio que la superficie, la razón nos dice que ambos fueron señalados como dianas. Desconozco si las ejecuciones de París pertenecen a la estrategia de negociación o de su negación. En el caso vasco es evidente que formaban parte de un conjunto destinado a acabar con la disidencia, con ETA, un todo que contemplaba el GAL, los contactos, las deportaciones, las expulsiones, etc. como parte del incremento del acoso policial y diplomático.

Tampoco tiene mayor interés el conocer si las fuerzas más belicistas (como Gladio o similares) intentaron o intentan modificar un escenario posible de paz. El hecho es que gobiernos socialistas han sido arrastrados por los señores de la guerra y han formado parte incluso de esa estrategia. En unos meses, François Hollande, Jean-Yves Le Drian y Manuel Valls han echado por tierra su patrimonio político. En Somalia, en Libia, en Euskal Herria, en Kurdistán, en Mali. Más de lo mismo. Hablan de paz en los recados que transmiten pero siguen gestionando el lucrativo negocio de la guerra.

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