Ante el mandato que decidirá su legado, Obama es la misma persona pero no el mismo político
La segunda toma de posesión de Obama -ante una multitud congregada en las escalinatas del Capitolio, menos numerosa que la primera vez pero igualmente entusiasta-, revela hasta qué punto la política estadounidense es espectáculo de masas y el día de ayer, una jornada de celebración y de grandes discursos. El presidente de EEUU es consciente de que la próxima legislatura decidirá como será recordado en la historia, si dilapidó su promesa o cumplió con el sueño de cambio. Su segundo mandato llega con una guerra -la de Irak- terminada (no para los iraquíes), con otra -Afganistán- camino de terminar, y una nueva -Irán- amenazante en el horizonte. Con una economía que «aguanta» relativamente bien, aunque con turbulencias a la vista, en relación a la fiscalidad, el déficit y los programas sociales.
Con los republicanos controlando la Cámara de los Representantes y con votos suficientes en el Senado para bloquear leyes, Obama se enfrenta a una política del extremismo que prioriza la división partidista. Cuatro años después, Obama, en versión 2.0, es la misma persona, pero no el mismo político. Y sabe que para el cambio, confrontar es, a veces, mejor que conciliar.