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RUGIDOS ROJIBLANCOS

El chivato

 

Juan Carlos LATXAGA Periodista y autor de la web Juegodecabeza.com

De todos los especímenes que componen la fauna humana, hay uno que provoca especial aversión: el chivato. Desde la más tierna infancia, en cuanto el ser humano empieza a socializarse en el parque o en la escuela, aparece ese ser despreciable cuya razón de ser en la vida se reduce a ir contando a terceros las cosas que hacen o dicen sus compañeros para perjudicarles.

El chivato está convencido de que con su proceder gana prestigio o consideración a los ojos del receptor de sus chismes en la misma proporción que salen dañadas sus víctimas. El chivato no sabe que quien escucha sus confidencias le considera como lo que es, un ser despreciable, un traidor a sus iguales que no duda en recurrir a la puñalada por la espalda para conseguir sus fines, un tipo de poco fiar, de usar y tirar.

El chivato es un miserable, por traidor y por falso; por rastrero, porque a su condición de cotilla suele unir la de pelota y tiralevitas. El chivato vive de ir contando por ahí lo malos que son los otros en la esperanza de obtener beneficio del descrédito ajeno. Porque el chivato es envidioso y cuando no puede destacar por sus propios méritos, intenta hacerlo hundiendo a los que le rodean. El chivato es mentiroso y no duda en exagerar o interpretar los hechos o las palabras ajenas a su gusto, hasta conseguir armar el discurso más dañino posible.

En la escuela, en el instituto, en la universidad, en el trabajo, en el equipo deportivo, allí donde hay un grupo humano hay un chivato. No falla. El chivato es dañino porque acaba con la cohesión del grupo, porque provoca la desconfianza y pone a todo el mundo bajo sospecha. No es fácil descubrir al chivato, no porque sea especialmente inteligente, que nunca lo es, sino porque es taimado. El chivato es una víbora.

El Athletic tiene en su vestuario por lo menos un chivato y no es descartable que tenga más. Hay que distinguir los hechos. Da la impresión de que quien grabó y puso en circulación las famosas palabras de Bielsa no es más que un inconsciente, un bobo. Muy peligroso, porque ya se sabe que un bobo puede incendiar una ciudad sin querer, sin maldad. El que ha ido contando por ahí lo que ocurrió entre Iturraspe y Bonini en el túnel de vestuarios de San Mamés, o la discusión entre Bielsa y Amorebieta, es un chivato malintencionado que sabe cuándo, cómo y a quién tiene que ir con sus cuentos.

Que un jugador en el calor del partido se dirija al árbitro en el túnel de vestuarios y alguien de su equipo trate de impedirlo, incluso de malas formas, es algo habitual en el fútbol. En los túneles de vestuarios se viven historias de todo tipo, que empiezan y acaban allí porque sus protagonistas saben que son cosas que pasan. Discusiones entre rivales y entre compañeros, reproches a los árbitros, miradas retadoras, insultos mascullados... todo eso y más ha pasado, pasa y seguirá pasando en el camino que lleva del terreno de juego a la caseta. Cualquiera que haya jugado al fútbol al menos hasta categoría infantil lo sabe y no le da la menor importancia.

Que un entrenador reproche a sus jugadores los fallos que a su juicio han cometido en el último partido forma parte de la rutina diaria de cualquier equipo de cualquier especialidad. Que el jugador señalado se defienda o trate de escurrir el bulto cabe atribuirlo a la condición humana; a nadie le gusta que le señalen como culpable de nada. Que eso se traslade al exterior como el preludio de una guerra civil define a quien lo hace.

El Athletic tiene un problema muy serio porque no es sencillo descubrir a un chivato. Los que están más cerca, sus propios compañeros, son los más perjudicados, y son ellos los que deberían ser los primeros interesados en dar con él. Son ellos los señalados, ellos los que ahora mismo están trasladando a la afición una imagen deplorable de grupo desunido y agujereado. Los que tanto énfasis suelen poner proclamando que las cosas del vestuario son sagradas, tienen que asumir la tarea de pasar de las palabras a los hechos y conseguir que, efectivamente, las cosas que pasan de puertas adentro se queden ahí donde nunca deben salir. Tienen que saber que las palabras chivato y compañero no tienen cabida en la misma frase.

Ahora mismo en el Athletic confluyen todos los elementos que suelen coincidir en los peores momentos de los equipos. Juego pobre, resultados negativos, baja autoestima, lesiones, arbitrajes perjudiciales, polémicas magnificadas... lo último que necesitaba en estas circunstancias era un chivato en el vestuario y también lo tiene. Para que no falte de nada.

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