Siempre me han encantado las comedias que tratan con naturalidad la locura cotidiana, porque te ayudan a comprobar que no estás mucho más loco que el vecino de al lado. Y como «El lado bueno de las cosas» no deja de ser una comedia romántica, viene a recordar también que el amor loco nace de la necesidad de compartir las respectivas rarezas y manías dentro de una pareja.

Los derechos de la novela de Matthew Quick en que se basa la película, originalmente titulada «Silver Linings Playbook», fueron adquiridos por el productor Harvey Weinstein y el cineasta Sydney Pollack. Con el fallecimiento de éste, la dirección quedó huérfana, por lo que se contrató finalmente a David O. Russell para que ocupase su lugar, y tenía así una segunda oportunidad en la industria, del mismo modo que el protagonista del relato encuentra una nueva oportunidad en la vida.

Se trata de alguien caído en desgracia desde que un violento incidente le trajera graves consecuencias. Estuvo apunto de matar al amante de su mujer en un arrebato de ira, lo que le llevó a estar encerrado durante una larga temporada en una institución mental. Habiendo perdido su casa, su trabajo y a su esposa, al salir no le queda otro remedio que regresar con sus padres. Su único objetivo consistirá en demostrar a todos que se ha recuperado, para así hacer que su ex vuelva con él sin viejos temores.

El enredo proviene de que la vecina, una viuda que también sufre trastornos psicológicos, ha de ayudarle a conseguirlo a cambio de que sea su pareja en un concurso de baile. La cuestión es que empezarán a entenderse muy bien, y no es fácil conectar con un ser bipolar. Dichas características las interpretan como verdaderos afectados de tales traumas Bradley Cooper y Jennifer Lawrence, secundados por un Robert De Niro que vuelve a ser un gran actor en el papel del padre no menos lunático, puesto que padece TOC y una ludopatía galopante que arrastra a toda la familia consigo.