Mikel INSAUSTI Crítico cinematográfico
Los bicivoladores
Hasta ayer mismo, la droga era oficialmente algo que se consumía en ambientes marginales y delictivos. Ya se va empezando a reconocer que, en realidad, traspasa todas las capas sociales y la consumen los políticos, los ejecutivos, las amas de casa, los estudiantes y los deportistas.
Me voy a centrar en este último colectivo, porque representa el ideal de la vida sana. Empieza a ser normal encontrarse con noticias que hablan de redes de distribución de anabolizantes prohibidos en los gimnasios, con lo que se confirma que el deportista aficionado consume lo mismo que el profesional. Y, por supuesto, los ciclistas no son los únicos que se dopan, aunque están sirviendo de chivos expiatorios.
Las confesiones públicas de Lance Armstrong a Oprah Winfrey han tirado definitivamente la imagen internacional del ciclista de competición por los suelos. Y esto no ha hecho más que empezar, porque J.J. Abrams se ha apresurado a comprar los derechos del libro de la reportera Juliet Marcur antes de su publicación, para rodar a toda prisa un biopic que podría protagonizar Matt Damon.
A la industria de Hollywood ya no le interesa aquel otro proyecto que iba a dirigir Gary Ross y a protagonizar Jake Gyllenhaal, en el que Armstrong aparecía como un laureado campeón de la superación personal en su lucha contra el cáncer.
Asusta ver cómo puede cambiar la película en tan poco tiempo, lo rápido que se pasa de héroe a villano. En vista de que el prestigio del ciclista no se puede salvar, al menos sería conveniente salvar a la bicicleta, que no tiene ninguna culpa y es un vehículo que no contamina, ni daña la salud.