Imanol Intziarte Periodista
Física festiva en las leyes de Newton
La tercera Ley de Newton afirma que toda acción genera siempre una reacción de la misma intensidad pero en sentido contrario. Si lo dijo el célebre físico inglés habrá que darlo por bueno, al fin y al cabo su asignatura me quedó para setiembre en segundo de BUP y lo único que se me ocurre si veo caer una manzana es que ya está suficientemente madura.
Sucede que oí hablar de esta regla hace unos días, en un programa de televisión llamado «Cazadores de mitos», y no sé por qué extraña asociación de ideas -léase combinación entre chupito de pacharán y pastillazo de Couldina, maldito enero pasado por agua - me ha venido a la memoria de golpe y porrazo como ejemplo de brillante analogía.
«Deja de dar rodeos, no te las des de culto y vete al grano», reza mi vocecilla interior. Pues sí, tanta historia para terminar hablando de las tamborradas. O más bien de las fiestas en general, un moisés con bastón de mando capaz de partir en dos a las masas. A un lado, sus fervientes admiradores, quienes serían capaces de vender a su familia en el mercado de esclavos de Orán a cambio de un puesto de barrilero durante la izada en el tablado de la plaza de la Constitución. O como fusilero en el Alarde, aldeano con paraguas en Gasteiz, divino del encierro en Iruñea o pregonero de traje amarillo en el Botxo. Al otro lado de la balanza -recuerden la tercera Ley de Newton-, quienes aseguran renegar de todas estas celebraciones «estúpidas», que analizadas en frío y de manera objetiva probablemente lo sean.
En el fondo somos hijos de las circunstancias. Por ejemplo, puedes acabar odiando el Día de San Sebastián si tu destino es, trompeta en mano, interpretar «Tatiago» en más de un centenar de ocasiones en menos de 24 horas. Contadas una a una, se lo juro. O adorando esta festividad si tu hija debuta como cantinera en ese desfile infantil al que en otras circunstancias no acudirías ni bajo amenaza de muerte. El pasado domingo al mediodía, en las calles de Donostia, la mitad de los charcos no eran por la lluvia, sino por las babas. Doy fe.