Mikel INSAUSTI

Los grandes cineastas veteranos son los que están mostrando mayor lucidez para analizar los males de nuestro tiempo. El octogenario Ermanno Olmi pone su clarividencia al servicio de una reflexión sobre el papel que puede jugar la religión, justo cuando hay más motivos para no creer en nada. Las enseñanzas del neorealismo italiano resultan más válidas que nunca en medio de la desorientación general, y nadie mejor que tan autorizado discípulo de Rossellini para dar una lección magistral de austeridad estética y conceptual en plena crisis de Occidente. «Il villaggio di cartone» es al nuevo milenio lo que «Francesco giullare di Dio» fue a la posguerra.

El marxismo cristiano que Pasolini defendió en vida cobra sentido en la nueva realización de Olmi, que se muestra más crítico que nunca con la Iglesia oficial. Ha llegado el momento de pasar de la oración a la acción, de despojarse de los bienes materiales para practicar la verdadera solidaridad, que en el guión coescrito con Claudio Magris define del siguiente modo: «Cuando la caridad es un riesgo, es la hora de la caridad». Una frase que conecta con la que sirve de conclusión final, y que en su versión completa reza así: «Debemos cambiar la historia para que la historia no nos cambie a nosotros».

Son palabras que emocionan escuchadas en la voz de ese gran actor que es Michael Lonsdale, que borda la caracterización del viejo sacerdote en sintonía con el monje que interpretó en «De dioses y hombres». Su antagonista en esta ocasión lo encarna Rutger Hauer, que ya protagonizó para Olmi «La leyenda del santo bebedor», y que aquí hace las veces del sacristán que desmantela la parroquia del protagonista, alegando la falta de viabilidad económica provocada por el alarmante descenso de la asistencia de los fieles a los actos litúrgicos.

La ausencia de parroquianos será reemplazada, providencialmente, por la irrupción en el templo de un grupo de inmigrantes sin papeles.