La asfixiante nube de contaminación que el pasado martes alcanzó niveles extremos en el norte de China ha elevado notablemente el número de pacientes hospitalizados por problemas respiratorios.

La cercanía de las vacaciones por el Nuevo Año chino ha abierto, además, el debate sobre la conveniencia de permitir los fuegos artificiales, ya que suponen miles de millones de partículas contaminantes. El Índice de Calidad del Aire (AQI) de la embajada estadounidense en Pekín, que sirve de referencia a muchos habitantes de China, se situó el martes en 457, después de haber llegado a 517. El AQI es «malsano» por encima de 150, «peligroso» al superar los 300 y «fuera de índice» sobre 500.

Las autoridades locales intentaron rebajar el alcance de la contaminación, aunque los pequineses se muestran recelosos con los datos proporcionados por el Gobierno. Los propios medios de comunicación han exigido a la Administración «transparencia».

Según la prensa local, el 50% de los ingresos que hubo en un importante hospital infantil se debieron a problemas de carácter respiratorio.

La situación ayer mejoró con respecto a los picos registrados en días anteriores. No obstante, ante la niebla tóxica que seguía cubriendo la capital, muchos residentes se apresuraron a comprar mascarillas y purificadores.

Los problemas de contaminación se atribuyen a la rápida urbanización del país y a su desarrollo económico. Pero los expertos dudan sobre la voluntad y la capacidad de China para abordar el uso del automóvil y el carbón, causantes de este fenómeno.