Stalingrado volvió a situarse ayer en el mapa ruso a orillas del Volga y a ver carteles de Josif Stalin y en honor a los vencedores en la batalla que hace setenta años supuso la primera derrota del Ejército alemán en la II Guerra Mundial y cambió su curso. El presidente ruso, Vladimir Putin, también se desplazó a la ciudad y, al igual que veteranos combatientes, ya nonagenarios, depositó una corona de flores ante la estatua de 85 metros a la Madre Patria.

En medio de un ambiente de exaltación patriótica, Putin afirmó que la batalla de Stalingrado «es uno de los ejemplos más remarcables de heroísmo en el mundo. Stalingrado quedará para siempre como un símbolo de unidad y de invencibilidad de nuestro pueblo, un símbolo de verdadero patriotismo, un símbolo de la gran victoria del soldado-liberador soviético».

Miles de personas de diversas generaciones se reunieron desde la mañana en el centro de la ciudad para asistir a un desfile militar con los colores del Ejército rojo, encabezada por el mítico tanque soviético T-34, una de las armas protagonistas en la batalla.

«Recuerdo a mis amigos muertos aquí», explicaba Piotr Chabarov, de 89 años, excombatiente en Stalingrado llegado desde el sudoeste de Rusia. Representantes del gobierno ruso y exmiembros del Partido Comunista también depositaron flores ante la llama en honor al soldado desconocido. Frente a ellos entre la multitud una pancarta con al inscripción «Gracias por la victoria».

«Es importante educar a la juventud e inculcarle el amor por la patria», opinaba Tatiana, una joven de 26 años. En pleno resurgimiento del patriotismo, las autoridades rusas han convertido la conmemoración en una cuestión de honor. «La batalla de Stalingrado es el símbolo más brillante de la Gran Guerra Patriótica, la guerra está siempre viva en la memoria de la gente que la vivió y la sus familias», subraya el historiador Vitali Dymarski.

Denominada Tsarytsin en la época imperial, fue rebautizada con el nombre del dirigente soviético Josif Stalin en 1925, antes de volver a ser Volgogrado en 1961, tras la desestalinización emprendida por Kruchev.

Nostálgicos de la URSS y excombatientes piden volver a darle el nombre que tuvo durante la batalla, lo que se ha hecho durante las celebraciones.

Además, circularon los «stalinobuses», los controvertidos autobuses con la imagen de Stalin. La iniciativa, muy criticada por los defensores de los derechos humanos y la oposición liberal, quiere destacar el papel de Stalin en la victoria sobre los alemanes, lo que consideran un acto de «justicia histórica». Los críticos recuerdan que condenó a muerte a millones de personas y redujo prácticamente a cenizas la ciudad. Según un sondeo, un 18% de los rusos están a favor de volver al nombre de Stalingrado y el 60% se opone.