Belén MARTÍNEZ Analista social
Desconfiad de los corruptos
La percepción y el discurso sobre la corrupción se mueven entre la condena fácil (demagógica) y la indulgencia, lo cual otorga legitimación y justificación a las prácticas corruptas. Creo que fue el ilustre Tocqueville quien señaló que, en los regímenes democráticos, los pobres llegan al gobierno buscando fortuna; mientras que, en los regímenes aristocráticos, los nobles acceden al poder para obtener ciertas prebendas. Mariano Rajoy, un falsario demócrata, afirma que no ha venido a la política «a ganar dinero ni a satisfacer vanidad alguna».
La corrupción tiene sus procedimientos: aceptación de gratificaciones provenientes de clientes, usuarios y beneficiarios satisfechos; retribuciones ostentosas; enriquecimiento personal; financiación de organizaciones amigas; clientelismo político; discrecionalidad al otorgar ayudas públicas; regalos, dones y favores; desvío de fondos; abuso de prerrogativas públicas para obtener beneficios; EREs fraudulentos. Así hemos llegado al descrédito de las élites políticas y económicas. Con la venia de Pasolini, el Reino de España es el girone della merda (círculo de mierda). No se me ocurre otra expresión más elocuente para reflejar el estado de la cuestión.
Hubo un instante maravilloso en la Historia. El 25 de marzo de 1871, la Comuna de París instaba a la población: «Desconfiad de los ambiciosos tanto como de los recién llegados, desconfiad igualmente de los charlatanes. Evitad a aquellos a quienes ha favorecido la fortuna, porque el que ha sido favorecido por la fortuna es difícil que esté dispuesto a mirar al trabajador como a un hermano».
Era temporada de cerezas.