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Prólogo

No tan «horribilis» como cabría pensar

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Iñaki SOTO Director de GARA

Puestos a valorar lo que ha dado de sí el año 2012, no faltará quien considere que los mayas no acertaron, pero tampoco se quedaron tan lejos. Finalmente el mundo no ha sufrido un apocalipsis como tal, pero el desastre económico, político y social es semejante a una debacle de magnitudes cósmicas. Un año después, los pobres son más pobres y los ricos más ricos; los poderosos ostentan mayor poder y lo ejercen sin contemplaciones; las alternativas a un sistema en fase de descomposición no terminan de cuajar...

Mirado desde Euskal Herria, tras un 2011 que convirtió la desazón generalizada en esperanza compartida, el pasado año deja un sabor agridulce. No obstante, quizá esa sensación tenga más que ver con las expectativas creadas que con un análisis frío. Si realmente creemos que, de cara a una resolución ordenada del conflicto, los casos de Sudáfrica e Irlanda contienen lecciones importantes, tendremos que recordar que en ambos casos se entró en la fase de resolución con un ánimo mucho más constructivo y proactivo por parte de todos, no desde una iniciativa unilateral. Pese a ello, si miramos el tiempo que llevó consolidar aquellos procesos, nos daremos cuenta de que en el caso vasco no cabía esperar frutos instantáneos y espontáneos.

Durante este año la correlación de fuerzas en las diferentes instituciones del país ha variado profundamente a favor de los independentistas de izquierda y, sobre todo, a favor de sus tesis. Miremos, si no, a Ipar Euskal Herria, donde demandas que hasta hace poco eran patrimonio de los abertzales han logrado un apoyo político y social hegemónico. Miremos a cómo la idea de una Nafarroa aislada del resto de territorios vascos ha quedado herida de muerte y cómo cada vez resulta más viable un cambio estructural en ese herrialde. Valoremos en su justa medida el cambio ocurrido en apenas diez años en el hemiciclo de Gasteiz. Tampoco olvidemos que en nuestro contexto, Europa, se están dando procesos como el escocés y el catalán, que abren nuevas oportunidades, también para los vascos.

Por supuesto, habrá quien considere que, a la hora de valorar las opciones de cambio, las instituciones son un elemento más pero no el central. Creo que en este terreno también ha habido avances, aunque sea más difícil medirlos. Las movilizaciones contra los recortes o en defensa de los derechos sociales, por ejemplo, son un buen termómetro. En lo económico, la idea de que los vascos somos «cabeza de ratón» consuela ya a pocos. En concreto, a ninguno de los más de 200.000 vascos que sufren el desempleo. La crudeza ha venido para quedarse por una larga temporada y la lucha contra esa amenaza será dura. En todo caso, un diagnóstico negativo en este terreno debería partir de la responsabilidad propia en esa posible debilidad y servir para reforzar la lucha popular, no lo contrario.

Alguien dirá, con razón, «¿y los presos?». Para empezar, sin por ello negar la dura realidad a la que se enfrentan los presos y sus familiares, habrá que apuntar que no había estrategia alternativa en la que 2012 fuese el año de su liberación colectiva. Asimismo, las movilizaciones de enero, tanto la de 2012 como muy especialmente la de 2013, muestran que este tema está muy alto en la agenda política vasca, y que lo está pese al bloqueo que sostienen los gobiernos de Madrid y París, también pese a la postura esquiva de algunos partidos vascos. De todos modos, 2012 dio una de las mejores noticias que podía haber en este terreno: la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra la denominada «doctrina Parot». Si este año Estrasburgo condena definitivamente la política penitenciaria del Estado español, habrá quedado claro que, al menos en términos políticos, para los vascos 2012 no fue lo que los mayas supusieron que iba a ser.

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