La filtración de la existencia de una base saudí desde la que partió un drone que acabó con la vida de un ciudadano estadounidense y de su sobrino de 16 años en Yemen ha obligado al presidente Obama a salir a la palestra para justificar una práctica que era hasta ahora un secreto a voces: las ejecuciones extrajudiciales en nombre de la «guerra contra el terrorismo».

El presidente negro que fue galardonado con el Nobel de la Paz meses después de su llegada a la Casa Blanca en 2009 ha entregado a un grupo de senadores el libro blanco que regula y justifica estos bombardeos, que se han saldado con la muerte de miles de personas, muchas de ellas civiles, sobre todo en los últimos años.

Ahora sabemos que Obama firma personalmente en su despacho las sentencias que condenan a los sospechosos de pertenecer a Al Qaeda o a otras organizaciones yihadistas a engrosar la llamada «lista de la muerte».

El sucesor de Bush, que lleva cinco años incumpliendo su promesa de que cerraría Guantánamo, asegura ahora que hará menos opaco este sistema mortal.

Es muy vivo -avispado- Obama. Consciente de la impopularidad de las guerras (Irak, Afganistán...), de su coste económico y en vidas humanas, y de los riesgos diplomáticos y para sus soldados que supone el envío de comandos como el que ejecutó a Bin Laden en Pakistán, ha optado por una solución profiláctica y económica.

Pero su justificación es la misma. El impoluto imperio estadounidense se reserva el derecho a eliminar a los que considera enemigos no ya sin juicio sino incluso sin pruebas. Guerra preventiva al peculiar estilo Obama.