Con la publicación del informe legal sobre las implicaciones que presentaría la eventual independencia de Escocia, el primer ministro británico David Cameron lanza al primer ministro escocés un mensaje afilado, cortante, con varias hojas desplegables al estilo de los tradicionales cuchillos suizos. Primeramente, con su aclaración de que no obstaculizará que Escocia sea un nuevo Estado, da a entender que se siente fuerte y seguro para jugárselo todo a una carta. Y en segundo lugar, trata de poner freno a Salmond al asegurar que esa transición no será un proceso tan tranquilo como ha prometido. Según el citado informe, Escocia tendría que renegociar desde cero millares de tratados internacionales firmados por Gran Bretaña, y en especial, el de adhesión a la Unión Europea. Con este inusual movimiento, la disputa entre unionistas e independentistas entra en una nueva fase, más trabada, con un mensaje británico más unidireccional, de más piedras en el camino y más amenazas.

Con todo, si en 2014 ganara el «sí», nada impide que el divorcio amistoso puede llevarse a cabo con una negociación madura y civilizada entre ambos y de ambos con la Unión Europea.