Lorea Bilbao, Izaskun Iantzi Miembros de Torturaren Aurkako Taldea y Egiari zor
Que no se nos olvide
Encontraron a Joxe Arregi Izagirre sentado en su celda, «aplastado físicamente». Al observar que tenía los párpados totalmente amoratados, un enorme derrame en el ojo derecho y las manos hinchadas, le preguntaron por su paso por comisaría: «Oso latza izan da» (ha sido muy duro)
Fue un 4 de febrero de 1981 cuando detuvieron en Madrid a Joxe Arregi Izagirre. Tras permanecer 9 días incomunicado fue trasladado al hospital penitenciario de Carabanchel donde murió el día 13 al mediodía. Tres presos políticos ingresados en ese mismo hospital compartieron con él sus últimas horas. Encontraron a Arregi sentado en su celda, «aplastado físicamente». Al observar que tenía los párpados totalmente amoratados, un enorme derrame en el ojo derecho y las manos hinchadas, le preguntaron por su paso por comisaría. «Oso latza izan da» (Ha sido muy duro), contestó, «Me colgaron en la barra varias veces dándome golpes en los pies, llegando a quemármelos no sé con qué; saltaron encima de mi pecho, los porrazos, puñetazos y patadas fueron en todas partes». El informe del forense sobre su autopsia constató la existencia de «violencias físicas» en el cuerpo, añadiendo que la causa de la muerte fue «un fallo respiratorio originado por proceso bronconeumónico».
La práctica de la tortura conocida como la bañera consiste en introducirle la cabeza a una persona en un recipiente con agua sucia, impidiéndole respirar durante minutos. El torturado se ve obligado a tragar el líquido que penetra con todos sus gérmenes en los pulmones, produciendo la bronconeumonía. Según la Comisión de Derechos Humanos de Madrid 73 policías participaron en los interrogatorios a Joxe Arregi. Sólo dos fueron condenados a las ridículas penas de siete meses de prisión.
Aquellas desgarradoras palabras de Joxe Arregi han servido para dar título al libro publicado recientemente por Euskal Memoria en el que se habla de algo que durante tantos años se ha ocultado. Ya se ha dado el primer paso, intentar recuperar la memoria para que no quede en el olvido. Pero con eso no basta. Mientras que algunos no reconozcan la responsabilidad que han tenido, el incompleto relato que están difundiendo sobre la realidad de lo ocurrido en Euskal Herria será falso.
En estos tiempos en los que tanto se habla de víctimas echamos de menos que se alce la voz en nombre de miles de personas que durante todos estos años han sufrido la tortura. No se puede hablar de víctimas sin mencionar la tortura. Quizá sea una palabra demasiado incómoda...
Se nos ha concedido el término «Abusos policiales de motivación política». Pero a la tortura hay que llamarla por su nombre, resulta terrorífica, pero es lo que es, Terrorismo de Estado, no el capricho de unos cuantos policías a los que se les va la mano. Los responsables no son unos policías enajenados, sino el Gobierno, los jueces, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los médicos forenses, los periodistas y todo aquel que ha querido mirar hacia otro lado.
Hace 32 años el pueblo salió a la calle en protesta por lo ocurrido. Hoy día no queda ni rastro de aquellas voces de indignación, a pesar de que desde entonces han sido miles las personas que han sufrido la tortura. Ya se encargaron de ocultarla, silenciarla. Esto no ocurría sólo hace 30 años. Esto ha ocurrido hasta ayer mismo, los últimos casos de tortura denunciados son los de Inaxio Otaño e Iñaki Igerategi y no ha pasado ni un año de aquello. Y la incomunicación sigue intacta. Que no se nos olvide.