El Papa se va sin haber puesto orden en el banco del Vaticano
Desde que Benedicto XVI anunció su dimisión como Papa, la línea informativa se centra en especular sobre su sucesor y cuestiones protocolarias derivadas de la existencia de dos papas. Pero la retirada del Sumo Pontífice parece haber hecho olvidar que dejará sin solucionar la espinosa cuestión del banco del Vaticano, el IOR.
Ingo NIEBEL | COLONIA
Cuando en 2005, Joseph Ratzinger salió elegido para el máximo cargo de la Iglesia católica, el diario sensacionalista alemán «Bild» publicó uno de sus históricos titulares: «Somos Papa». Los alemanes, que se identifican con este lema, lo están aparcando ahora, al mismo tiempo que su compatriota de 86 años, quien dejará vacante el puesto a las 20.00 del 28 de febrero. En este camino les acompañan los medios germanos que especulan sobre posibles sucesores y cuestiones protocolarias. En los últimos días ha quedado claro que Ratzinger se retirará junto con su secretario personal, el también alemán Georg Gänswein, a un monasterio de clausura, situado en el Vaticano, desde donde el apodado «Ratzi» no podrá salir ni publicar ni siquiera oficiar un acto religioso. Según sus propias declaraciones, él ha tomado la decisión de retirarse «en plena libertad». Lo dijo en su discurso de renuncia el lunes, y lo volvió a repetir el miércoles. Parece que para él es importante dejar muy claro este aspecto aunque hasta el momento no existen indicios que hagan pensar que alguien podría haberle forzado a abandonar el cargo.
Sea como sea, los medios de comunicación solo miran hacia adelante y también olvidan lo que escribieron hace un mes escaso sobre el banco del Vaticano (Istituto per le Opere di Religione -IOR-, según su nombre oficial), cuyo propietario es el Papa. Durante su pontificado no ha conseguido reorganizarlo acorde con las leyes europeas contra el lavado de dinero. Para reconstruir este fracaso de Benedicto XVI no hace falta leer ninguna novela de Dan Brown, basta con navegar en los archivos de medios tan poco sospechosos de profesar la «teoría de la conspiración» como son el diario alemán «Süddeutsche Zeitung» y el semanario «Spiegel».
A principios de enero ambos rotativos informaron de que los turistas tenían que pagar en efectivo sus entradas y recuerdos en el Vaticano porque el Banco Central de Italia había prohibido a la filial italiana del Deutsche Bank prestar más este servicio a la entidad del Papa. La razón de esta decisión es que la Banca d'Italia se está tomando muy en serio la aplicación de las reglas contra el lavado de dinero y, según su criterio, el IOR seguía haciendo caso omiso de ellas. Casualmente un día después de la dimisión del Papa se levantó esta prohibición.
Ingredientes de thriller político
El IOR lleva arrastrando este tipo de problemas al menos desde los años 70. Entonces quedó patente que la entidad había ayudado a financiar no solo a la oposición anticomunista en Polonia, sino también a la «Contra» en Nicaragua. Siempre a través de la CIA y por medio del italiano Banco Ambrosiano que, con ayuda de la mafia italiana, quiso tapar un agujero multimillonario falsificando acciones. No faltaron otros ingredientes propios de thrillers políticos, como la muerte de varios inspectores de Hacienda, además de las del jefe del Banco Ambrosiano y de su secretaria, que fallecieron el mismo día en lugares distintos, en aparentes suicidios. Con el caso del IOR se vincula también la muerte, en 1978 y solo 33 días después de su elección, del papa Juan Pablo I, quien, según mantienen algunos periodistas, estaba decidido a poner orden en el banco del Vaticano. Por si fuera poco, los hilos conducen hasta la anticomunista logia secreta P-2, a la que ese mismo año -1978- se afilió el entonces joven político Silvio Berlusconi.
Después el IOR logró salir del punto de mira, pero sin cambiar sus dudosas prácticas, tal y como señaló el periodista italiano Gianluigi Nuzzi en 2009. Sus revelaciones le costaron el puesto al director del IOR, Angelo Caloia, tras 23 años al frente de la entidad. Benedicto XVI destituyó a todo el Consejo de Vigilancia y situó al frente al banquero Ettore Gotti Tedeschi para poner orden. Pero este financiero, cercano al Opus Dei, tiró la toalla en 2012, porque la Justicia italiana le estaba investigando por supuesto lavado de dinero y porque había recibido amenazas de muerte. Según medios italianos, estas últimas procedían de políticos y mafiosos que aún tenían cuentas secretas en el IOR. Su sucesor, Ronaldo Hermann Schmitz, era el exdirector del Deutsche Bank en Italia, cuya central en Frankfurt sí cobraba los cheques del banco del Vaticano que las entidades italianas no podían aceptar por orden de su Banco Central.
Entonces se habló de una pugna abierta entre el sector del Papa y el encabezado por el secretario de Estado, Tracisio Bertone, exconsejero del IOR y destituido con Caloia. Paralelamente se produjo el robo y filtración de la correspondencia confidencial de la Santa Sede, el «caso Vatileaks». Los medios alemanes e italianos reprodujeron un protocolo sobre unas declaraciones del arzobispo de Palermo, Paolo Romeo, quien en un viaje dijo que el Papa moriría antes de noviembre de 2012.
Así que Ratzinger tiene el terreno más que abonado para que sus memorias sean un bestseller. Pero prefiere el aislamiento en un convento. Ante tantas casualidades, que no existen, hace falta mucha fe para creer que solo la edad y la salud le han quitado al Papa las fuerzas para seguir frente a la Santa Sede.
El teólogo disidente suizo Hans Küng ha pedido, tras la renuncia de Benedicto XVI por razones de salud, que los futuros papas abandonen de manera automática su cargo al cumplir los 75 años de edad.
«Uno asume que el Papa es una persona y sigue siendo una persona, así como que su cargo no es un sacramento y por ello tiene carácter temporal», manifestó al rotativo "Passauer Neuen Presse". A su juicio, la limitación de edad para obispos establecida en el Concilio Vaticano II debe ser aplicable también al obispo de Roma, el Sumo Pontífice.
Hans Küng elogia a Benedicto XVI por su decisión de renunciar, con la que ha dado una clara señal de lo que debe ser un papa moderno y que debe ser contemplada como una «desmitificación» del cargo, aunque le critica por su decisión de continuar en el Vaticano tras su renuncia. GARA