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ANÁLISIS | ELECCIONES EN ITALIA

Narraciones desde la campaña

La autora ofrece con una pluma cargada de ironía una radiografía de los principales bloques que se presentan en las elecciones italianas, que se celebrarán en ocho días. Un análisis desde la sinceridad de una izquierda que se siente huérfana pero que se sabe a la vez obstinada.

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Orsola CASAGRANDE | PERIODISTA

Hay dos niveles de narración en esta campaña electoral italiana. Uno, que es tan habitual cuanto patético, el de la Italietta, como la querrían los políticos que durante cuarenta años (el cambio generacional no está en el orden del día en el Bel Paese), sin miedo e imperturbables, siguen presentándose a las elecciones y ocupan (elegidos «democráticamente» en primer lugar, y más tarde, gracias a una ley electoral que fue un verdadero golpe de Estado en una democracia ya bastante magullada) escaños que se han transformado en nada más que lugares de poder, en el sentido más peyorativo del término: lugares donde el poder se utiliza para suprimir y silenciar a la gente.

Después hay otro nivel de narración, que intenta con gran dificultad (porque la tentación de resolverlo todo dejándolo como está, siguiendo con el modus operandi de siempre, es grande) pasar página. Empresa colosal, hay que añadir inmediatamente. Principalmente por dos razones: en primer lugar, pasar página también significa cambiar las caras. Y en este punto Italia, incluso la mejor Italia, no escucha mucho. La segunda, porque en la izquierda (si puede haber un cambio solo puede venir de esta lati- tud) se ha perdido en los últimos años, el deseo, el sueño de pensar alto (además de algo diferente).

La Italietta está bien representada por el ex primer ministro y neorecandidato Silvio Berlusconi. Una broma pesada para muchos. Pero mucho más real de lo que se piensa, por desgracia. Es la Italietta en la que, si Berlusconi dice que va a comprar a Mario Balotelli para su equipo de fútbol del Milán, de repente Forza Italia sube entre 2 y 3 puntos porcentuales en los sondeos.

Es la Italietta del primer ministro saliente de Italia, el «técnico» (hemos aprendido en los últimos años que hay técnicos de la política como del capitalismo y del sistema) Mario Monti, quien regresa después de un tira y afloja. Monti representa -después del paréntesis técnico- la continuidad de la Democracia Cristiana, que gobernó durante 40 años en Italia.

Si en el marco del centro-derecha las cosas son bastante claras, pese a todo, en el marco del centro-izquierda, tal y como ha sucedido muchas veces en los últimos años, las cosas están mucho más fragmentadas. A la derecha está el Popolo delle Libertà, la coalición que ya llevó a Berlusconi a ganar en 2008, formada por Forza Italia, la Lega Nord y algunos sectores fascistas, Fratelli d'Italia y La Destra. Esta será la coalición de derechas que se presentará el 24 y 25 de febrero próximos.

En el centro-izquierda, las cosas están mucho más atomizadas. El saliente primer ministro Monti es cortejado por una parte del centro-izquierda, la que está aliada con el Partito Democratico (PD) de Pier Luigi Bersani. Bersani aparece a la cabeza de una coalición que incluye a Sinistra Ecologia e Libertà del presidente de la región de Puglia, exmilitante del Partito Comunista y de Rifondazione Comunista, Nichi Vendola; al Partito Socialista, el Centro Democrático y otros partidos (en algunas regiones). La coalición se llama Italia. Bene Comune.

Una elección curiosa dado que su líder Bersani no hace demasiados años identificó en CL (Comunión y Liberación, la organización católica italiana más conservadora, en la línea del Opus Dei o de los Legionarios de Cristo) la base real de la izquierda italiana. Pero hoy en día el concepto de bien común es muy popular en Italia (y no solo aquí), teorizado por Toni Negri y traducido al gusto de cada partido de la izquierda. Suficientemente vago como para no «comprometer» u obligar a nadie. De hecho, la lista Bersani no se preocupa, por ejemplo, por el Valle de Susa y las luchas contra la alta velocidad en el nombre del bien común, territorio a defender frente a la posibilidad de destrucción y sigue apoyando el proyecto de la línea TGV-TAV Turín-Lyon, uno de los mayores fraudes (a expensas de los contribuyentes italianos y europeos) de los últimos años.

Bersani se ha aliado con Nichi Vendola. El gobernador de Puglia que, después de abandonar Rifondazione Comunista, creó el partido Sinistra Ecologia e Libertà (SEL), organización que no ha ganado muchos consensos, tal vez debido a su ambigüedad con respecto a ciertas cuestiones básicas. Por encima de todo, a pesar de ser un gran narrador, Vendola fracasó en su intento de involucrar a los descontentos de los Democratici di Sinistra (los que no querían entrar en el PD), de Rifondazione Comunista y del Partido Socialista en las primarias.

A Italia. Bene Comune, se contrapone otra coalición de centro-izquierda, Rivoluzione Civile. Y aquí es donde entraría el segundo nivel de narración, el de la Italia que trata de cambiar realmente algo. Por desgracia, ya es evidente que el resultado de estos comicios será de continuidad, gane quien gane. Será así, porque el debate que dio lugar a la formación de Rivoluzione Civile nació si no muerto, al menos condenado al fracaso.

El intento de agitar las cosas en el lodazal de la izquierda institucional lo habían probado unas cuantas personas, entre ellas el sociólogo Marco Revelli y el magistrado Livio Pepino (dos piamonteses, lo que confirma que Turín y Piamonte son un laboratorio interesante: el Valle de Susa también se encuentra en el Piamonte).

El proyecto Cambiare si può (así han llamado a su movimiento Pepino y Revelli) era sencillo: pedía discontinuidad en contenido y método. Después de veinte años de Berlusconi y de un centro-izquierda incapaz de hacer una verdadera oposición, el llamamiento nacía de la sensación de fracaso de la política italiana. Revelli resume lo sucedido en noviembre de 2011, es decir, después de la elección de Mario Monti, así: «La política fue dejada de lado para dar paso a los técnicos. El Parlamento fue despojado de su cargo, Napolitano [el presidente de la republica] ha tomado el papel de un soberano, el poder político se ha suicidado; en pocas palabras, hemos asistido a una eutanasia institucional». La sacudida provocada por la eutanasia convenció a Revelli y Pepino, entre otros, de que era el momento para tratar de reconstruir una relación entre la sociedad y las instituciones, entre representantes y representados, en un escenario de decadencia del sistema de los partidos.

Algo nuevo, nacido desde abajo, desde la así llamada sociedad civil, con voluntad de hablar con todos y a todos, no salo a la izquierda-izquierda. El proyecto naufragó casi de inmediato. O por lo menos hizo aguas. Así surgió el magistrado Antonio Ingroia, como un posible candidato a primer ministro de una lista, Rivoluzione Civile, con la cual Cambiare si può decide relacionarse. Y comienza una personalización que es un deja vu: lo viejo es difícil que muera. En Italia, quizás más que en ningún otro lugar. Revelli admite: «En algún momento hemos fallado por nuestra insuficiencia y por ingenuidad: se subestimó el peso de los aparatos y el peso de la identidad en los partidos, incluso en los más pequeños».

En la práctica, esto ha llevado a la composición de las listas de candidatos de Rivoluzione Civile desde la presencia y participación de todos los secretarios de los partidos, a expensas de las personalidades implicadas en el cambio social, que era el gran lema de Cambiare si può. Si parecía que la política tradicional iba a dar un paso atrás, no solo no lo hizo, sino que ha vuelto otra vez a antiguos esquemas y prácticas. El resultado es que hoy Rivoluzione Civile es una coalición que reúne a algunos de Cambiare si può, Rifodanzione Comunista, Italia dei Valori, Movimiento Arancione, Verdi, Nuovo Partito d'Azione, Partito dei Comunisti italiano.

En esta coalición también, como en la coalición Italia. Bene Comune, hay una especie de fritura que reúne a Rifondazione Comunista (que está en contra de la alta velocidad) con Italia dei Valori (cuyo líder, Antonio Di Pietro, fue el ministro de Infraestructura del Gobierno de Berlusconi, que comenzó a trabajar en la alta velocidad), por mencionar solo una de las contradicciones flagrantes.

Hay en esta historia bastante mediocre un outsider: el Movimento 5 Stelle, liderado (¿signo de los tiempos?) por el cómico Beppe Grillo. Exponente de un populismo justicialista y meritocrático que halla apoyos tanto en la derecha como en la izquierda. Es fácil de desechar su demagogia vulgar. Pero merece más atención la composición del Movimento 5 Stelle: una buena parte son jóvenes entre 25 y 40 años, lo que representa una clase media ahora degradada o que se está empobreciendo, personas que no pueden encontrar correspondencia entre un título de estudios elevado y su lugar en el mercado laboral. La corrupción que identifican, sin embargo, la reducen a la moralidad de la conducta individual, en lugar de detectarla y atacarla como situación estructural, en el marco del capitalismo y del sistema.

Es en este contexto en el que la escasez de los programas electorales de centro-izquierda (en toda su complejidad) resulta sombría. El camino de los que creen y trabajan por un cambio real, para romper con la vieja y rancia manera de hacer política, ha sido desactivado, por desgracia. Así pues, estas elecciones serán otra oportunidad perdida (desde y para la izquierda). Pero como hormigas pacientes, los que quieren seguir escribiendo la narración del cambio, de las ideas, de la creatividad, continuarán su trabajo. Italia también está formada por personas obstinadas.

 

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