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CRíTICA | teatro

Jornadas de Teatro de Eibar en memoria de Txema Cornago

Carlos GIL

L a trigésima sexta edición de las Jornadas de Teatro de Eibar se inauguraron el miércoles 20 en el Teatro Coliseo de Eibar, con una emotiva sesión en la que se dedicó un minuto de aplausos a la memoria de Txema Cornago, fallecido hace unos pocos meses y que, junto a Juan Ortega, era una de las piezas fundamentales para su realización.

Juan Diego Botto, el invitado a dar la conferencia inaugural, fue el que convocó al aplaudo emotivo, y sucesivamente diversas entidades como la Sociedad General de Autores y Editores, con su delegado en la zona Norte, Ignacio Casado, al frente, tudelano como el fallecido y al que había tenido como profesor en jesuitas, que después de glosar su figura, le entregó a su viuda, Julia Delgado, una placa de homenaje. También los miembros de la Tertulia Teatral Siglo 21 de Bilbao le hicieron entrega de un cuadro expresamente creado para la ocasión y finalizaron los homenajes con el que le rindió el Ayuntamiento, con su alcalde a la cabeza, entregándole «La bola de grabador», que recogió también su hijo el doctor Iñaki Cornago, quien agradeció el recuerdo y, en una intervención realmente brillante, estableció una conversación con su padre cuya fotografía presidía el escenario, cargada de sentimiento.

Un vídeo con imágenes del que fuera director de residencias del Complejo Educativo, y con un corte audiovisual de una presentación de las Jornadas realizadas por Txema Cornago hace tres años, al modo de pregonero de pueblo, cerró los actos dedicados a honrar a un tudelano que se sentía muy eibarrés, pero que se dejaban llevar por las pasiones: su trabajo, las jornadas, su familia. La emoción recorrió la platea repleta de ediles, amigos, conocidos y ciudadanos que le conocían y reconocían su labor.

Juan Diego Botto, que había tenido un viaje bastante complicado debido a la huelga de los trabajadores de Iberia, tras este cúmulo de emociones, habló sobre «El teatro y la memoria», estableciendo una narración que venía a señalar, que es precisamente el teatro el que deja huellas históricas en la memoria de los siglos, poniendo ejemplos como que del siglo de oro español se recuerda a varios autores pero nadie sabe el nombre de los reyes que reinaban en aquellos tiempos.

Señaló con énfasis la implicación política de la propia creación, indicando que desde esa memoria, el teatro es testigo de su época, pero que cada creador tiene su punto de vista, lo que le convierte en un documento humanizado, de gran contenido político en el sentido noble del término.

Las preguntas e intervenciones en el coloquio posterior le colocaron ante lo inevitable: la gala de los Goya y la reacción de los medios de la derecha mediática, la implicación general de la profesión en el devenir de los acontecimientos que suceden, la crisis y todo aquello que se maneja con cierta rutina tópica, y ante la pregunta de si no eran demasiado quejicas los actores, respondió contundente: «en una profesión con el noventa por ciento de paro, me parece que las quejas son muy pocas y muy tibias».

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