«La forma de ejercer el liderazgo de un director puede servir de inspiración desde un ejecutivo hasta una madre»
Director de orquesta y escritor
El perfil de Iñigo Pirfano (Bilbo, 1973) combina la triple faceta de director de orquesta, compositor y ensayista. Su último libro, «Inteligencia musical», aborda, en un estilo accesible a cualquier lector, cómo la música se relaciona con la vida y en qué medida puede servir para mejorar la vida afectiva y espiritual.
Mikel CHAMIZO | BILBO
Iñigo Pirfano estudió filosofía y dirección de orquesta en Austria y Alemania con directores de la talla de Sir Colin Davis y Kurt Masur. Esta doble faceta de pensador y músico le llevó a la publicación de su primer libro sobre estética, «Ebrietas, el poder de la belleza» (2012), algunas de cuyas reflexiones se han visto prolongadas en su nuevo ensayo. Editodo por Plataforma, tras una serie de presentaciones que le han traído también a Bilbo y Tudela, ayer se presentaba en Barcelona,
¿De qué trata su nuevo libro, «Inteligencia musical»?
Trata del poder transformador de la música. En él sostengo que la música es una manifestación del espíritu y reúno experiencias de gente que ha dado un giro o ha rehecho su vida tras asistir a una interpretación musical conmovedora. Son experiencias de catarsis, como diría Aristóteles, que sacan lo mejor del interior de uno mismo. De ese cúmulo de vivencias extraigo consecuencias para la vida práctica, en la que la música puede funcionar como un elemento de comunicación y de unión. La música es un punto de encuentro para los seres humanos.
Defiende que la música sirve para mejorar la vida afectiva y las relaciones interpersonales, el desarrollo de las facetas espirituales y de la riqueza interior. ¿Cómo puede hacerlo?
Un capítulo del libro, tomando como punto de partida el «Réquiem» de Mozart, está dedicado a los temas del amor, la muerte y la trascendencia. Son temas clave que laten en el interior de todos nosotros y que se ven reflejados en cualquier manifestación artística de valor. Tres asuntos que han preocupado a los hombres de todos los tiempos y que se han visto sublimados en obras como la sinfonías de Mahler o el «Réquiem alemán» de Brahms. El libro está lleno de propuestas para pensar en torno a esos temas clave a través de la puerta de entrada privilegiada que es la música.
Pero cada vez menos gente tiene la capacidad de acercarse a las sinfonías de Mahler, que pueden llegar a durar hora y media. ¿Estamos perdiendo la capacidad para escuchar las músicas más densas?
Los hombres hoy en día vivimos de manera muy rápida. Son malos tiempos para la lírica, como decía Bertold Brecht. Pero la lírica es más necesaria que nunca. El arte es un vía de conocimiento, de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Pero para acceder a él tenemos que desarrollar la capacidad de separarnos del entramado del día a día. Eso, en música, significa cultivar el gusto por la música de calidad, que a menudo no es la más sencilla de escuchar. Y cultivar también el silencio, que es extraordinariamente importante en unas vidas que se enfrentan al ruido constante.
¿A qué tipo de música se refiere cuando habla de «música de calidad»?
No distingo entre música moderna o clásica, sino música buena o mala.
El libro toca también el tema del liderazgo.
Sí, se tratan varios aspectos relacionados con el liderazgo y la gestión. Yo soy director de orquesta, un trabajo en el que tienes que aprender a ejercer un liderazgo inteligente, comprometiendo al resto de personas, los músicos de la orquesta, con tu visión personal como líder. He creído que esa experiencia se podía extrapolar a otro ámbitos, a la gestión de equipos, del talento, a los grupos empresariales. La de director de orquesta es una profesión ciertamente peculiar, pero sus características pueden servir de inspiración a cualquier persona que ejerza el liderazgo, desde el director ejecutivo de una empresa a una madre.
¿La inteligencia musical es innata o se desarrolla?
Una parte es innata. Todo ser humano es un ser musical y el libro anima a descubrirlo a través de la música de los grandes, que en un primer momento puede resultar lejana o tediosa pero que está dentro de las capacidades de cualquiera. Por otra parte, hay parte de la inteligencia musical que debe ser aprendida. Como decía Falla, la música se aprende pero no se enseña. Ocurre lo mismo con la capacidad de liderazgo: en ninguna universidad te enseñan el don de gentes, los recovecos del corazón humano y otras muchas competencias. Lo vas aprendiendo a lo largo de la vida, buscando la interacción con los demás y observando sus reacciones.
Decía Rostropovich que la música es un asunto del espíritu.
La espirituralidad es una cosa diaria que puedes detectar en muchas manifestaciones: una mirada, una caricia, una sensación. La música está muy relacionada con eso, pero esta apertura hacia la espiritualidad hay que desarrollarla, dedicarle tiempo y atención. El problema aparece cuando la gente confunde lo espiritual con la consulta de un médium o con Halloween.
¿Cómo ha llegado a estas conclusiones y descubrimientos?
En mi caso concreto se da la circunstancia de que además de música estudié filosofía. Llegué a ejercer la música después, y su desempeño siempre ha ido acompañado de una visión reflexiva y especulativa de la vida. Entre música y filosofía se da un maridaje muy bueno: la filosofía encuentra a través de la música una serie de aplicaciones a la vida real, y la música puede contener la más profunda reflexión filosófica. Beethoven pensaba que la música es una revelación más alta que la filosofía, y cuando lees sus cartas, o los textos del director Bruno Walter, descubres que además de magníficos intérpretes eran unos grandes pensadores. Su relación íntima con la música tenía una conexión directa con lo espiritual.