El lehendakari presentó ayer un programa para la reactivación del empleo con el que pretende incentivar la creación de 12.000 puestos de trabajo durante este ejercicio y contribuir a que se mantengan otros 42.000. Iñigo Urkullu ha situado la crisis económica como principal campo de batalla de la legislatura y, tres meses después de ser investido, presenta su primer plan detallado para hacer frente a una de las peores consecuencias de la recesión, el paro.

Precisamente por el carácter estratégico que el mandatario autonómico ha dado a este tema, llama la atención la cautela con la que vistió la presentación de su «plan de choque», enfatizando que sus efectos serán, en todo caso, paliativos. Asimismo, vinculó su ejecución a la aprobación de los presupuestos, dándole al proyecto un cariz partidista innecesario. Y cuantitativamente, el plan se queda corto tanto en su dotación económica como en objetivos. Lógicamente, frente a la pérdida de 19.000 empleos prevista en función de la caída del PIB, los números del lehendakari regalarán el oído a muchas personas angustiadas por la posibilidad de perder sus trabajo o porque ya lo han perdido. Pero en términos absolutos, con las cifras de paro en que se mueve la CAV, el plan no deja de ser un parche. Está por ver, además, si sus resultados se compadecen con lo expuesto ayer. Urkullu puede pedir el beneficio de la duda, aunque muchos recelarán de quien acaba de alargar la jornada laboral en la administración.

El problema del paro ha alcanzado tal dimensión que necesita intervenciones estructurales, de la misma entidad, pero en sentido contrario, que las reformas laborales aprobadas en Madrid. Así, el debate sobre el marco vasco de relaciones laborales es más pertinente que nunca. Para hacer frente a la recesión, este país necesita herramientas de las que hoy no dispone y que podría tener si quienes gobiernan lo consideraran realmente un tema estratégico. Tanto, al menos, como proyectos que no saben de crisis ni de recortes, como el TAV.