CRíTICA: «A puerta fría»
Dime cuánto vendes y te diré quién eres
Mikel INSAUSTI
Si hay un cineasta que conoce por dentro el mundo laboral ese es Xavi Puebla. En su anterior, y no menos magistral, «Bienvenido a Farewell-Gutmann», mostró lo encarnizada que puede llegar a ser la lucha por un cargo importante en una empresa multinacional, concretamente farmacéutica. En «A puerta fría» esa competitividad interna se vuelve más desesperada, ya que se trata de conservar el puesto de trabajo.
El cineasta catalán no necesita referirse a la crisis de forma explícita, como hace la mayoría hoy en día, porque lleva tiempo hablando de ella sin tener que nombrarla. Es más, él es el primero en reconocer que su tercer largometraje tiene mucho de la obra teatral de David Mamet «Glengarry Glen Ross», donde el mundo de los vendedores ya era retratado desde la perspectiva de un capitalismo decadente e inmoral.
Puebla sigue prefiriendo los espacios cerrados para escenificar la tragedia humana que conlleva la tensión económica. Esta vez la acción no se delimita a un edificio de oficinas, sino que pasa a un hotel de convenciones. Vendedores y clientes se dan cita en las instalaciones hoteleras para asistir a una feria de electrónica, que para el comercial que protagoniza la película tal vez sea la última, sino consigue colocar una cantidad mínima de cámaras de video.
Antonio Dechent ganó el premio al Mejor Actor en el Festival de Málaga por su gran interpretación de un vendedor de la vieja escuela al que le van pesando los kilómetros recorridos, y al que le cuesta poner su reloj en hora, obligado a representar productos tecnológicos que seguramente ni entiende, como tampoco sabe hablar inglés. Necesitará de la ayuda de una joven azafata para que le haga de traductora con el empresario extranjero, papel que recae en Nick Nolte, que le puede facilitar el negocio. Sin embargo, su salvación no sólo depende de que las cuentas cuadren. Puebla va desvelando otros problemas de naturaleza más privada, mediante un inteligente uso de la información, con silencios y elipsis que son como puntos suspensivos al final de las conversaciones en la barra del bar, en especial de una con Héctor Colomé.