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Jon Odriozola | Periodista

Bergoglio viaja en subte

 

Cuando el Imperio romano entra en crisis y empieza a derrumbarse, surge el culto al emperador que se declara dios y exige a todos sus súbditos que le adoren, aunque sea de mentirijillas. La sacralización del Imperio no era el capricho de un sonajas desneuronalizado tipo Calígula. La adoración del César era una necesidad política -como hoy se adora al tótem Constitución o así se pretende- para un Imperio en vías de descomposición. Era un acto de sumisión política a un sistema de dominación.

Cuando los cristianos del siglo I afirmaban su fe en Jesús como el único Dios se quitaba al César su condición divina y su, por así decir, legitimación ideológica. Era un acto subversivo contra el César. Era un acto revolucionario, «terrorista» diría hoy el stablishment, es decir, los que hoy volverían a crucificar a Jesucristo por echar a los ladrones del Templo. Y encarcelarían a los patriotas macabeos, zelotas y nazarenos como Sansón. Se entienden las persecuciones de cristianos (que no fueron tantas) por parte de los emperadores desde un punto de vista político. Los cristianos -como hoy los comunistas- significaban un peligro real para el Imperio romano.

Este espíritu rebelde de los primeros cristianos se sintetiza en la célebre frase del evangelio: «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». El César era el símbolo supremo del sistema esclavista de dominación. La fe de los primeros cristianos era la fe de los esclavos, de los explotados, de los pobres. A partir del siglo IV, el cristianismo va a traicionar -con el edicto de Constantino, que se murió pagano y descrismado- sus orígenes rebeldes. De perseguido pasa a perseguidor. Hasta hoy.

El cristianismo primitivo provocó una gran conmoción en el Imperio romano. Minó la religión (pagana) y todos los fundamentos del estado; negó radicalmente que la voluntad del César fuese la ley suprema; era un partido sin patria, internacional; se propagó por todos los países del Imperio, desde la Galia hasta el Asia. Aquel partido de subversión, conocido con el nombre de cristiano, tenía una fuerte representación en el ejército; había legiones enteras compuestas por cristianos. Muchos ostentaban las cruces en sus cascos en señal de protesta (como si llevaran la hoz y el martillo, suponga el lector más atrevido.)

¿Quién supone quien lea esto que escribió este último párrafo? ¿Bergoglio, hoy Papa Francisco? ¿Por qué no?, podría ser. ¿Acaso no suscribiría lo arriba apuntado, algo que no es especulación? ¿Pues no teatraliza gestos populistas que auspician un campeón de los desnutridos y los parias? ¿Hablaré como aguafiestas de su oscura colaboración con la Junta Militar argentina?

No, el parágrafo anterior salió del cálamo de un padre del socialismo científico: Federico Engels. Vade retro, pues. Ya tiene Bergoglio alibí -se lo puse fácil- para seguir haciendo lo que han hecho siempre: vender crecepelos y controlar a la grey y el rebaño y revisar la recaudación en taquilla. Siempre arrimados al poder y, si no, contra él. Si pueden o les dejan.

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