Que nadie venga preguntándome de qué va «Efectos secundarios», porque me va a poner en un serio aprieto y no voy a saber responderle. Es imposible resumir el contenido múltiple de este thriller conspirativo y paranoico que abarca infinidad de temas, dentro de una enrevesada trama, cuyo suspense está abierto a constantes e inesperados giros. Los que gusten de las estructuras narrativas complejas gozarán lo indecible, pero también existe el peligro de agotarse antes de llegar al final del metraje. No siempre es fácil seguir a un cineasta tan exhaustivo y maratoniano como Soderbergh, que puede llegar a cansar por la gran atención por parte del espectador que demandan sus películas, profusas en detalles y acumulaciones de datos que ponen a prueba nuestra capacidad de retentiva.

La mía se ha visto desbordada, y eso que he estudiado la cinta a fondo un par de veces en el ordenador. Plantea un desafío y, francamente, confieso que esta por encima de mi inteligencia. El guión de Scott Z. Burns, desarrollado a raíz de su trabajo en la serie «Wonderland», se adentra en el mundo de la sicofarmacología tocando todas y cada una de sus posibles derivaciones, desde las que afectan a la industria farmacéutica y la mala praxis médica a la relación entre justicia y poder, pasando por las enfermedades sociales y las responsabilidades individuales en cada caso.

A nivel melodramático se establece un interesante y extraño triángulo sicoamoroso entre la paciente interpretada por la ascendente Rooney Mara, y los siquiatras que la tratan en el presente y el pasado, respectivamente. De la competencia entre profesionales de la medicina sale un tenso duelo interpretativo entre Jude Law y Catherine Zeta-Jones, complicado judicialmente por el asesinato que la enferma comete bajo los supuestos efectos de la medicación. Pero eso habrá que demostrarlo.