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Los 250 de Choucha: refugiados sin reconocimiento dos años después de la guerra en Libia

Huyeron de la guerra iniciada en Libia hace dos años. Fueron miles, pero ahora solo quedan 250. Son los últimos del campamento de Choucha, en Túnez. La ONU veta su estatus o no los realoja y su situación se ha vuelto insostenible. En junio, las tiendas podrían ser desmanteladas, dejando a estas familias a la intemperie. Por eso, 41 de ellos se han puesto en huelga de hambre.

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Alberto PRADILLA

Mousa Ibrahim, originario de Chad, abandonó Libia el 20 de marzo de 2011 junto a su mujer, embarazada de cinco meses, y su hijo. Había pasado un mes desde las primeras manifestaciones rebeldes en Bengasi y faltaban cuatro días para que la OTAN iniciase los bombardeos. La tensión se había vuelto insostenible y, ante el riesgo para su vida, huyó. Desde entonces, malvive en el campamento de refugiados de Choucha, en Túnez, a tres kilómetros de la frontera de Ras Jdir. Forma parte de los 250 exiliados que, dos años después del conflicto que terminó con el derrocamiento de Muamar Gadafi, permanecen anclados y sin perspectivas de recuperar su vida. El grupo más numeroso, con 80 miembros, es el chadiano. Pero también hay palestinos, saharauis o eritreos. En algunos casos, la ONU ha rechazado su petición de ser considerados como refugiados. En otros, sí que disponen del estatus pero los organismos internacionales no les realojan, argumentando que no hay plazas disponibles. En junio, lo que queda de un campamento que llegó a acoger a miles de personas podría ser derribado. Ante la incertidumbre de verse abandonados, 41 de ellos han iniciado una huelga de hambre frente a la sede de ACNUR en la capital tunecina. «No somos migrantes ni buscamos un trabajo. Nuestro problema es político. Ellos (las instituciones internacionales) lo provocaron, ellos deben terminar su trabajo», resume Bright, nacido en Nigeria.

Para Ibrahim, la de hace dos años constituyó su segunda huida en menos de una década. En 2006 llegó a Zawiyah, una ciudad costera a 45 kilómetros al este de Trípoli, escapando de la represión en Chad. Formaba parte de un grupo opositor y participaba en la guerra abierta desde 2005. Un activismo que no abandonó en su nuevo destino, ya que, como él mismo señala, desde Libia también siguió reclutando a jóvenes para combatir en su país de origen. Hasta que las calles del país árabe se incendiaron. «La situación era muy peligrosa y decidimos huir», señala. Tras un largo periplo compartido por miles de trabajadores extranjeros, la mayoría de ellos subsaharianos, Ibrahim recaló en el campo de refugiados de Choucha. «Nos inscribimos porque aseguraron que era la manera de recibir el estatuto de refugiado», indica. No fue así. Su segunda hija nació en el campamento y, tras dos años de presentar documentos, ACNUR denegó definitivamente la petición de Ibrahim. «¿Qué puedo hacer? Me dicen que solo tengo dos opciones: volver a Libia o regresar a mi país. Todos sabemos cómo tratan a los negros en Libia. Y en Chad solo puedo esperar que me arresten o me asesinen», asegura, con gesto preocupado, durante una concentración celebrada hace una semana en la sede de la Unión Europea en Túnez.

Movilizaciones en la capital

Angustiados después de 24 meses de espera, han comenzado a movilizarse. El primer intento llegó en enero, con una sentada en la capital tunecina. Duró una semana y el centenar de personas que se desplazaron fueron hostigados por la Policía. Además, hay que tener en cuenta que Choucha está a más de 400 kilómetros de Túnez, por lo que los gastos son elevados. Activistas tunecinos e internacionales colaboran para sufragarlos, pero los fondos nunca son suficientes. Además, las autoridades tunecinas no ven con buenos ojos las protestas de los moradores de un campamento que, invisibilizado ante el mundo, se cronifica. Por eso, todo son trabas a los desplazamientos, llegando incluso a las agresiones físicas.

Poco queda de aquel desembarco de las organizaciones humanitarias en marzo de 2011. Progresivamente, los refugiados, que llegaron a ser más de 20.000, fueron realojados. El grifo se cortó y los que se quedan están condenados a sobrevivir en un entorno hostil. Siguen en las tiendas de lona, a merced del viento o la lluvia en el páramo que es Choucha. Desde hace cinco meses no llegan alimentos, por lo que el grupo debe autoorganizarse para no morir de hambre o frío. Con motivo del Foro Social Mundial, celebrado en Túnez hace una semana, sus pancartas exigiendo un trato humanitario eran visibles en distintos puntos de la ciudad. Nada más concluir el encuentro, iniciaron una huelga de hambre. Su demanda es lógica: una opción que no les condene a estar atrapados entre el mar y el desierto.

 

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